lunes, 17 de enero de 2022

En estos días

Hay oficios que enorgullecen,

pero que no llenan el bolsillo. El de maestro, por ejemplo. Griegos y romanos tenían esclavos para ejercerlo. A Sócrates, arquetipo de maestro, lo hostigaba su mujer, pues era un pobretón. Cuando se es pobre, en mi país, se busca la seguridad que te da una plaza: el trabajo seguro, el crédito mínimo para comprar una casita y, sobre todo, el fatigado sobre quincenal y la entrañable pensión. En el Ulises de Joyce, Stephen es un maestro que aún no recibe su miserable paga y ya la debe.
Dicen que algunos países nórdicos pagan bien a sus maestros. Qué envidia.

Oficios que se esfuman

Aprovecho el momento para entristecerme un poco, otro poco, por la casi total desaparición del jefe de redacción de los medios de comunicación escritos, otro de esos oficios que llenaban de orgullo al oficiante, aunque no de plata. Cuando cumplí 17 años trabajé brevemente como reportero en un periódico local, nuevo y reluciente, instalado en un edificio vanguardista, enjoyado con una estilizada escultura y con olor a moqueta recién instalada, oficio al que renuncié pronto para entrar a la universidad. Valoro mucho, ahora, a los jefes de redacción que conocí, hombres con talento para atrapar gazapos y rehacer las notas y reportajes.  Convertían en minutos un texto infame en una lectura coherente. 

Ni hablar, es un oficio que tiende a desaparecer. Las publicaciones periodísticas en Internet son de una redacción abyecta. Las prisas le comieron el mandado a la calidad.
Ahora abundan los traductores de literatura, pero son francamente malos. Me desconcierta leer la traducción de libros publicados por editoriales poderosas y prestigiadas plagados de errores de estilo, que tienen que ver con localismos o formas de uso diario, callejero. El modo pasivo, por ejemplo, que abunda en las calles de España, se refleja en dichas traducciones. Es una forma común de hablar en la península ibérica, y eso no tiene discusión ni es motivo asombro, pues cada región tiene sus características, pero es harto enojoso leerlo en talentosos autores traducidos a nuestro idioma. Los periódicos en línea abundan y son el mejor ejemplo de dicha barbarie. 

Releo a Piglia

En El camino de Ida, de Ricardo Piglia, me sorprende encontrar anotada una reflexión que hice hace tiempo. Somos inseguros, dudamos de nuestras decisiones, buscamos la aprobación y el aplauso, preferimos el camino que ya recorrieron otros con éxito. Por eso buscamos información y leemos libros que nos digan cuál es el mejor camino, libros e ideas que refuerzan nuestras creencias. Unos leen a Coelho o la Biblia, así como otros estudian a Lenin (uf, sí, Lenin y las dictaduras están de vuelta, para nuestra desgracia) o leen novelas rosas de vidas que anhelan vivir e, incluso, pasan la vida aguardando la llegada del príncipe azul, que nunca llegará, pero que cuando acaso llega, pierde pronto el color divino -el azul es el color de la virgen- y mostrará el color la realidad, que es más bien CMYK. Buscamos una guía, un tutorial, la receta que le dé sentido a la vida. 
Hace muchos años supe que carece de sentido.
La vida recibe de nosotros su sentido.

Lecturas del invierno personal 

Leo libros cuyo trasunto es la vejez, la enfermedad, la muerte, autobiográficos: Némesis, La humillación, de Philip Roth. Los perros, de Ian Mcewan. Diario de invierno de Paul Auster. Repaso El amor en los tiempos del cólera. También leo a Saúl Bellow, con RavelsteinEnvejece el escritor y habla de sus miedos, del temor al momento final.
¿La vejez derrota el interés por la aventura?


Una sola camisa

 Vida de Samuel Johnson:

Cuenta Boswell que un amigo de Johnson afirmaba vivir con muy poco, que el día en que tocaba camisa limpia podía salir a visitar a sus conocidos. Me parece una época tan lejana en sus costumbres. No concibo la idea de tener sólo un par de camisas y una chaqueta, usar la camisa varios días, lavar una vez a la semana la ropa. Y que además eso te limite tanto que no puedes salir a la calle. 

En otro lugar leí que usaban, en aquellos días, un camisón para dormir (una camisa larga, hasta las rodillas). En la mañana se fajaba el camisón en el pantalón y salían a la calle. Dormías con la camisa que usabas durante el día. 

Se bañaban, en Europa, de vez en cuando.

domingo, 19 de diciembre de 2021

Salvador Elizondo

Hoy cumpliría años Salvador Elizondo, uno de lo mejores escritores mexicanos. 

Desde mi silla, ante la computadora, escribo esto en su memoria y reproduzco de uno de sus libros, El Grafógrafo, un minúsculo fragmento:

  

"Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo".

viernes, 3 de diciembre de 2021

Un reloj, un libro

 

Se vive, se crece rodeado de objetos, que de tanto convivir con nosotros acaban por desaparecer. El viejo reloj de pared, que un día adornó la cocina de la abuela y que hoy miro polvoso y deslucido, está tan vinculado a ella que al moverlo un poco aparece atrás un color diferente. Es una muestra del color que se fue poco a poco, sin sentirlo.

Ls libros suelen ser también objetos que olvidamos.

José Luis Velarde me comentó una vez que en un par de ocasiones, al menos, había comprado libros, con el entusiasmo del lector que tropieza con una joya, para sufrir más tarde la desilusión de encontrar en el librero de su estudio una copia adquirida tiempo atrás. Creo que no importa. Seguramente la primera copia tuvo menos importancia que la segunda. En todo caso, la segunda refrendó sus gustos y aficiones.

Hay cosas que permanecen. 

Como el color que permanece atrás del reloj de pared.

viernes, 7 de mayo de 2021

Tandy

Hay un cuento de Sherwood Anderson que describe a un alcohólico enamorado de una niña cuyo padre, obsesionado contra la religión, la tiene abandonada. 


Para el borracho, esa niña crecerá hermosa y fuerte y será digna de ser amada. 


A ella inventa le un nombre: Tandy. Imagino que de ahí tomaron el nombre para las computadoras, fuertes y dignas de ser amadas.


Lástima que ya desaparecieron. Las computadoras Tandy, por supuesto.


El cuento sigue ahí.

lunes, 22 de julio de 2019

Roberto Fernández Retamar



En la Habana tuve un breve, pero muy agradable encuentro con él. Estaba de vacaciones en Cuba con Queta, con mi madre, mi cuñada Luzma y su esposo René. Al entrar al salón del hotel Riviera, donde nos hospedaríamos, para recibir las indicaciones del tour y un par de mojitos bien cargados de ron, me sorprendió ver a Anabel, una amiga de la adolescencia. Iba a visitar a Esmiro, a quien conoció en un viaje anterior y se enamoró de él. Creo que era la quinta vez que iba a verlo. Ambos nos llevaron a conocer varios lugares, entre ellos el Bar Floridita, ya que tenía ganas de conocer el famoso embriagadero de Heminguay.
Entramos, nos sentamos y pedimos un daiquirí para celebrar. Dábamos fin a la bebida cuando Esmiro señala a la puerta y dice: “Mira quién está ahí, saliendo”. Como no conocía ninguna fotografía del poeta, sólo un par de sus libros, en particular sus ensayos, no supe de quién me hablaba. Dos hombres nos daban la espalda en la puerta.
“Es Roberto Fernández Retamar" –añadió.
“Carajo –le dije--, cómo me hubiera gustado saludarlo”.
“Aún es tiempo, vamos" –respondió Esmiro.
Salimos del bar de prisa. Era pleno verano, el sol caliente del mediodía atormentaba en la calle.
“Allá va" -dijo Esmiro, y apuntó con el dedo a dos viejos que caminaban despacio, en plena conversación, a unos treinta metros de distancia, a la sombra de unos vetustos edificios.
Los alcanzamos, Esmiro se dirigió a él con soltura, le explicó que yo era mexicano, que conocía su trabajo y que deseaba saludarlo. Respondió cordial y alargó su mano hacia mí, charlamos unos minutos: me dio la impresión de ser un hombre muy amable, educado y receptivo. Le comenté que escribía y que había fundado una revista literaria, modesta y provinciana, que sobrevivía a duras penas. Se entusiasmó. Me preguntó por ella y si podría ir a Casa de las Américas, donde era el director, para obsequiarme la revista.
Al día siguiente me presenté con mis acompañantes en el sitio, donde me recibieron con atención. Estaban enterados de que estaría por ahí y me dijeron, de parte de Roberto Fernández, que deseaban un intercambio permanente de las revistas. “Por supuesto” –respondí-, y salí cargado de revistas y libros rumbo al hotel.
Durante muchos cumplió con el envío de Casa de las Américas a mi casa, que era el domicilio de nuestra revista, incluso cuando suspendimos los envíos de A Quien Corresponda por falta de dinero. 
Pienso que, si me hubiera dado cuenta en el bar de que él estaba ahí, le habría invitado a nuestra mesa. 
Pienso en lo que pude hablar con él. 
Pienso que su amabilidad era tal, que me habría gustado como amigo.
Ahora que ha muerto, a los 89 años, lo recuerdo con este poema suyo:

Felices los normales

A Antonia Eiriz

Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

Roberto Fernández Retamar


PD. Por cierto, Fernández nació en 1930, este asunto ocurrió en 1992, de modo que ese año tenía 62, la edad que ahora tengo yo. Supongo que no era tan viejo.

martes, 10 de abril de 2018


El tiempo, ese traidor
Elecciones, ética y miopía

Deambulaba con Queta por los pasillos del Cotsco, en Querétaro, medio perdido entre tanta comida, muebles, bártulos y electrodomésticos, cuando me sorprendió encontrarme frente a frente con un viejo conocido, que no veía al menos desde hacía tres años. Lo curioso del encuentro radica en que hace un año él regresó a vivir a Ciudad Victoria y por las mismas fechas nosotros empezamos un periplo permanente entre esa mi ciudad natal y Querétaro, donde él vivía.

Luego de la alegría y el abrazo, el comentario obligado –carajo, cómo es que nos venimos a encontrar acá–, el reconocimiento óptico que nos revela el grado en que la vida nos ha estropeado la cara, el cabello y la barriga, y la pregunta por la salud de los hijos, surgió el tema de moda: faltaban pocos días para las elecciones federales del 2012. Confieso que yo andaba de mírame y no me toques con ese asunto pues, desde que la violencia se encarnizó en el noreste de México, tengo la convicción de que los políticos son los directamente responsables, en particular los príistas que gobernaron los últimos sexenios la región donde habitamos. Su profunda corrupción es el origen, aunque también el aval de los votantes que, a cambio de unas láminas para techar la casa, unos bultos de cemento, unas camisetas plagadas de publicidad y un par de promesas obsequian el voto sin mayor consideración ni mucho menos.

Gracias a Twitter me enteré de muchas de las tropelías que suelen omitir los medios de información. Antes de que las redes sociales nos inundaran de información, tanto de la falsa como de la verdadera, incluso con singulares combinaciones de ambas, sabías por el chisme de sobremesa y las tertulias del café cómo se las gastaban los políticos para ganar. Durante décadas fuimos un pueblo pasivo que se limitó a contemplar el taqueo de urnas, el carrusel de votos. Pero desde hace unos diez años, a través de correos electrónicos, blogs, páginas web y luego en el Twitter y el Facebook la gente se animó a opinar, a informar fuera de los medios que se suponen debería de hacerlo.

Precisamente cuando me topé con mi amigo, estaba en pleno apogeo un escándalo político-electoral, según el cual el PRI habría comprado votos a través de tarjetas de prepago de Soriana y del Grupo Financiero Monex, además de otras linduras típicas de los procesos electorales, tales como el gasto excesivo en renta de aviones, triangulación de gastos, donaciones irregulares, etc.

Tengo bien claro que todos los partidos políticos mexicanos son falsarios, corruptos y manipuladores, que los políticos no poseen más ética que la que Maquiavelo y Mazarino recomiendan, pero en casa me enseñaron –se mama, dicen que se dice– que sin respeto no hay tranquilidad. Y comprar votos me parece, por lo menos, siniestro.

Para mi sorpresa mi amigo defendió el punto contrario. Se puso la casaca de los compra votos, con un argumento claro y preciso: No nos hagamos pendejos, dijo, los que andan en campaña con cualquier candidato tienen un objetivo personal: conseguir un buen empleo, billetes; así que si alguien recibe ofertas a cambio de su voto, pues me parece bien que saque lo más que pueda. Si me ofrecen un billete a cambio de mi voto, con gusto lo vendo. Lástima que nadie se me ha acercado con una buena oferta.

Por supuesto que sentí el furor propio de la educación judeo-cristiana, la indignación ante tamaña desvergüenza. La charla subió un grado y se tornó en discusión abierta, entre carritos de mandado familias apacibles que volvían la cara hacia nosotros al escuchar los denuestos lanzados por dos enrojecidos rostros. Más prudente, Queta irrumpió con amabilidad y nos recordó que se hacía tarde y aún había que hacer las compras. O sea que nos devolvió a la realidad y ambos volvimos a la cordura amistosa, la tolerancia ante las diferencias ideológicas y las conveniencias sociales.

No me sentí a gusto con la interrumpida polémica. Salí rumiando del Cotsco. Cómo es posible, le decía a mi esposa, que no se comprenda la diferencia entre interés personal e interés social, confundirlos es propio de mentalidades obtusas, de cínicos o de una profunda y enraizada cultura donde el individualismo llegó ya al extremo de negar la necesidad de vivir en sociedad. La ética tiene un sentido: evitar que nos despedacemos unos a otros. La ética se sustenta en un egoísmo inteligente, ya que si renunciamos a intereses personales a favor del llamado bien común, todos salimos ganando. Cuando elegimos a los gobernantes, le damos rumbo a la nación y se refleja en el bien común. O debería reflejarse. Vender el voto, ya sea por un paquete de galletas o un puesto público, es vender el futuro de todos.

Una de las virtudes que tiene el pájaro azul, el Twitter, estriba en ofrecer múltiples puntos de vista sobre un mismo asunto, lo cual incluye por supuesto una miríada de estupideces y visiones rocambolescas[1]. Hoy abrí, por fin, una cuenta pajarera, pues durante un par de años me resistí a escribir en tan pocos caracteres sobre cualquier cosa. Me cuesta mucho trabajo resumir tanto mis ideas, aunque sean éstas de suyo breves y simples. Eso sí, por motivos harto conocidos por los habitantes de mi nativa Ciudad Victoria (los infames secuestros, los constantes asaltos y robos de autos, las matanzas y descuartizamientos, los enfrentamientos a tiros) he seguido los hashtag para guiar mis pasos, ya que, inmersas en algunas de estas etiquetas la gente previene a la gente de los lugares donde se están matando los grupos delincuenciales, el kilómetro y el rumbo donde asaltan a los viajeros –las carreteras ya no son las de antes–, la zona donde lanzaron alguna granada o explotaron un auto.

Esta nueva realidad, repito, es producto de la corrupción. Medio mundo quiere enriquecerse a como dé lugar y de prisa. Por eso resulta fácil vender los votos y los cargos públicos. Qué más da. Vendemos la secretaría de obras públicas a los constructores y las plazas a seudomaestros, de la misma manera que vendemos las comandancias de las policías a los criminales.

Ayer amanecí con la noticia de que el IFE castigará a los partidos políticos por los abusos que cometieron en las elecciones. El lenguaje que usa el IFE no tiene un gramo de desperdicio. Por ejemplo, dicen que el PRI contrató, a través de un intermediario (caramba, eso cambia todo, hay un intermediario, ése de seguro es el tramposo y el partido es impúber, virgen, queda incólume) un servicio de dispersión de recursos a través de tarjetas de prepago.

¿Entendí bien? ¿Cómo se podría traducir? Me imagino que significa algo así: El PRI, para no dar la cara, contrató un servicio intermediario, mediante el cual pagó los servicios de mucha gente que trabajó para ellos en la elección. Cuando yo era joven y participabas en política se entendía que apoyabas un proyecto de nación, de modo que el partido no te daba más allá de las gracias, en todo caso uno le metía dinero propio y boteaba en las calles o visitaba a los conocidos para, con pena y todo, dar el sablazo, pues el propietario del local exigía el pago de la renta mensual.

Javier Marías escribió una vez que la palabra corrupto resulta superflua ahí donde la corrupción es la norma. Qué decir de mi ciudad, donde la ética salió a pasear y se extravió. El resultado es evidente, pero tal parece que seguimos ciegos y sordos y no somos capaces de relacionar la violencia y la inseguridad con la cultura de la corrupción.

Este año habrá elecciones locales en Tamaulipas. Unos pocos usan las nuevas tecnologías y comprenden la necesidad de ser activos y difundir una visión más generosa y ética de la sociedad. Pero no veo en el resto de la sociedad una respuesta ante el agravio. Pareciera que el miedo y los intereses personales nos volvieron pasivos. Qué nos aguarda.

Guillermo Lavín
23 de enero del 2013




[1] Al mismo tiempo inicio un blog, que en realidad es no es más que el Diario que escribíamos antes de que la era digital nos atropellara. Durante varios años escribí una columna en la revista de literatura A Quien Corresponda, que editamos Queta Montero, José Luis Velarde y yo durante muchos años. El tiempo, ese traidor. Era el nombre de mi columna, en ella contaba lo que me ocurría, mezclado con opiniones y a veces me atrevía a reseñar libros.  Ya sin la revista, mi foro natural, abandoné mi columna. Hoy retomo aquella sana costumbre.

jueves, 29 de marzo de 2018

Enrique Vila-Matas: MAC Y SU CONTRATIEMPO. ¿Sofá o poltrona?


Guillermo Lavín

¿Quién de nosotros no será siempre un extranjero solitario?
Thomas Wolfe.
EL ángel que nos mira.

¿Novela?

Enrique Vila-Matas no ceja en el empeño de ser diferente, de innovar la forma de contar historias, influido sobre todo por los escritores de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, que retorcían el lenguaje, olvidaban la cara y pasaban al envés, cosían y descosían el texto, jugaban a las escondidas para que el lector trabajara extra y encontrara el hilo de la lectura, que inventaban fórmulas para generar vínculos intra, extra, hiper, super, ultra textuales.
En Mac… leemos una novela, una colección de cuentos, un ensayo acerca de la repetición y la falsa repetición de un libro previo del autor, una engañosa historia real mediante un diario y una confesión velada de sus influencias y gustos literarios.
El centro de la novela es una idea: no existe la originalidad, pues todo se repite. A pesar del genial revoltijo de géneros e historias breves encuadradas en una larga serie de digresiones, Mac y su contratiempo es una novela, lo cual es innecesario decir, pues casi todo cabe en una novela, sabiéndolo contar. Se puso de moda, por ejemplo, un tipo de novela realista donde se escribe como tal, pero que narra los hechos como se supone que en efecto ocurrieron. ¿Crónica novelada? Dos ejemplos: El adversario (Emmanuel Carrère) y El impostor (Javier Cercas). Un tipo de novela que se ciñe a los hechos y se niega a crear, pero permite recrear. Hace un par de décadas que se puso de moda la novela histórica y se vende horrores, para beneplácito de los editores. Las novelas bajo la forma de cuadernos personales que aparecen en arcones centenarios, el diario, la picaresca, la novela histórica, la ficticia novela histórica, la de viajes, romántica, bucólica, satírica, policiaca, costumbrista, cienciaficcionera, fantástica, especulativa y todas las que quieras añadir son bien vistas como novelas. La novela, entonces, adquiere extrañas formas de vida.
Por su parte, Mac y su contratiempo[i] contraviene la extendida idea de que la novela está grave y a punto de recibir la extremaunción. Escribe, al respecto, Luis Goytisolo: “En lo que se refiere a la novela, nos encontramos con que el género ha dejado de renovarse, de abrir nuevos caminos, y quienes de un tiempo a esta parte empiezan a cultivarlo no suelen hacer sino repetir fórmulas con mayor o menor talento. No es imposible que en el futuro alguien escriba una gran novela, pero sí tan improbable como que en la actualidad alguien componga una sinfonía equiparable a las de Mozart o Beethoven.[ii] Mac y… se da el gusto de repetir, pues no hay nada nuevo; de reflexionar acerca de la repetición y de abrir nuevos caminos a la novela. Autores como Vila-Matas contradicen tan extendida hipótesis.

El sofá y la tumbona

Mario Vargas Llosa nos ofreció la distinción entre novelas de sofá y de tumbona[iii], novelas para sentir y pensar con profundidad, y novelas para pasar el rato tirados en la playa, durante las vacaciones de verano. Mac… es de los libros que buscan caminos nuevos para escribir novelas, que ratifican la idea de que la novela de sofá no sólo vive, sino que a veces llega a las poltronas. Enrique Vila-Matas (EVM) nos cuenta una historia extraña, como son extrañas todas sus historias, que posee el don de fluir con velocidad. A ratos pareciera el desvarío de un enloquecido sexagenario barcelonés que perdió su trabajo y que dedica su tiempo a escribir un diario. Durante su vida cultivó la buena lectura y posee una cultura significativa, sabe que debe escribir, revisar, corregir, reflexionar el texto. Sale a caminar, observa a la gente, se topa con un odiado vecino, el escritor Sánchez. En sus andanzas descubrirá que éste fue novio de su esposa Carmen, a quien incluso le dedicó un cuento. Se le ocurre entonces que puede reescribir y mejorar el libro de Sánchez, donde está el cuento de Carmen, que fue escrito bajo la influencia del licor y, por tanto, plagado de párrafos insufribles. Mac escribe, camina y piensa. Sospecha que Sánchez y su esposa son amantes. Descubrirá que ella quiere irse, sin posibilidad de retorno. A él se le antoja irse también.
Mac es un personaje característico de EVM: aislado, ensimismado, reflexivo, que reniega de su entorno, que anda entre personas que parecen cercanas, pero son lejanas, como la esposa misma, que no alcanzo a ver con claridad, tanto, que supuse en algún momento que era una ilusión del personaje; Mac me pareció uno de esos seres incapaces de amar que buscan sin fortuna un sitio para arraigar. Mac acaba por identificarse con el ventrílocuo del cuentario[iv] de Sánchez, el vecino. El libro que quiere corregir tiene como tema central a un ventrílocuo que por celos asesinó a un hombre.

Repetir

La trama, ingeniosa y salpicada de humor y sarcasmo, disimula un concepto, una idea que los estudiosos de las artes y la literatura conocen bien: la repetición. Mientras leía, identifiqué el parentesco entre el libro de cuentos de Sánchez y la novela-cuentario Una Casa Para Siempre (1988), de EVM. Así que le fui a echar un ojo, ya que la recordaba con la vaguedad que los años impregnan. ¿Es una repetición? No, no es el mismo libro. El autor se vale de él, pero lo reinventa. En el diario Mac dirá cómo piensa contar de nuevo los cuentos de Sánchez, pero corregidos, lo cual origina que, en esta nueva novela, nos cuente cuentos que son y no son los de Una Casa para siempre.

A propósito de la tumbona

En Good Reads[v] encontré opiniones favorables y opiniones basadas en la ignorancia acerca de Una casa para siempre. Con la literatura de poltrona basta que sea de lectura fácil, que tenga un argumento intrincado y que nos sorprenda un poco, aunque este aspecto no es indispensable. Pero cuando es de sofá la cosa cambia, te tienes que acercar con herramientas, a veces con muchas herramientas (siempre me he cuestionado si vale la pena estudiar una maestría para comprender una novela). Para el lector común es absurdo, pero existe excelente narrativa en niveles intermedios, digamos que de sofá, pero con cualidades de poltrona; artística, pero sin las exigencias de Finnegans Wake.
La obra de EVM es un caso extraordinario. Para entender a fondo su trabajo se necesitan herramientas, mantiene una complejidad cimentada en una visión propia de la literatura e historias que nacen de ideas, más que de sucesos. No obstante, sus novelas resultan raras, interesantes, con sentido del humor, disfrutables, para leer echado en una tumbona.
Eso sí, leído en calma, con herramientas en la mano, se transforma y nos sorprende.

Repetir o no repetir, he ahí el dilema

Robert Musil en su Diario[vi]  anotó que sería “un experimento interesante desde el punto de vista de la psicología del arte, pintar otra vez un cuadro conocido, especialmente bajo diferentes iluminaciones y cambiando la expresión – tratándola, en suma– como algo autónomo.” La repetición es de esos asuntos que los teóricos mordisquean y que los artistas aplican. Repetir es la vida misma. Como los genes, parecidos y diferentes.
Si bien la repetición en el arte es aceptada, en un cuento o en una novela la repetición conduce a la escalofriante acusación de plagio. Basta con que una obra se parezca a otra para que se revele esa imputación infernal. El escritor argentino Pablo Esteban Katchadjian, en una osada apuesta, reescribió El Aleph, el extraordinario cuento de Borges. No importa si lo mejoró o lo destruyó, el hecho es que lo repitió, con, eso sí, muy discutibles modificaciones. Por ejemplo, dice El Aleph: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía…”, Katchadjian reescribió: “La candente y húmeda mañana de febrero en que Beatriz Viterbo finalmente murió, después de una imperiosa y extensa agonía…”. [vii] María Kodama lo acusó de defraudar los derechos de la propiedad intelectual y ganó el primer asalto. Una apelación del narrador, por demás interesante, obtuvo el sobreseimiento, debido a que, según su abogado, consiguieron “comunicaciones de universidades de Estados Unidos, de Inglaterra, de Alemania, hasta de China, diciéndole al tribunal que era un procedimiento literario legítimo”. Ya no supe más. En mi opinión el autor experimentó con el recurso de la repetición, a sabiendas de que le atraería una inmensa publicidad mediática.
Pero cuando la idea central se repite, presentada de diferentes maneras, nadie objeta. Samuel Taylor Coleridge escribió: «Si al despertar tengo en la mano la rosa con la cual soñé, entonces, ¿qué?» Me suena conocido, suena como a "Cuando desperté, el dinosaurio seguía allí", pero ahora es de Monterroso. Y no lo digo yo, la comparación la escribió Carlos Fuentes, en la presentación de una Antología del Cuento Norteamericano. Veamos ahora El sueño de Chuang Tzu: “Chuang-Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre”. Me recuerda a ¿Por qué?, de Edmundo Valadés: “En el sueño, fascinado por la pesadilla, me vi alzando el puñal sobre el objeto de mi crimen. / Un instante, el único instante que podría cambiar mi designio y con él mi destino y el de otro ser, mi libertad y su muerte, su vida o mi esclavitud, la pesadilla se frustró y estuve despierto... / Al verme alzando el puñal sobre el objeto de mi crimen, comprendí que no era un sueño volver a decidir entre su vida o mi libertad, entre su muerte o mi esclavitud. / Cerré los ojos y asesté el golpe. /  ¿Soy preso por mi crimen o víctima de un sueño?” Para concluir, recordemos El episodio del enemigo, de J. L. Borges. Tres cuentos sustentados en la misma idea de la confusión sueño-vigilia, pero con formas y tramas sutilmente disímiles.
Por el contrario, un pintor puede ofrecer variantes y repeticiones a partir del modelo, como el cambio de color o los detalles, el fondo, una pequeña modificación del punto de vista, el gesto, o una muy grande y evidente, y a todo el mundo le parece bien, brillante, plausible, genial. Algunos pintores son copistas y viven de reproducir con cierta fidelidad obras de los clásicos. Pero en el caso de Mac… no habrá problema: EVM se repite a sí mismo y se reinventa. La repetición es la base de una novela absolutamente nueva.

El origen de Mac…

Vi un par de conferencias de EVM[viii] donde confiesa que Mac… se originó en una mesa de café, durante una charla con su amigo el escritor Rodrigo Fresán. Los imaginé en amena conversación: a Rodrigo, sugiriendo el asunto y a Vila-Matas pensando que podría repetirse, valerse como un pintor del “oscuro parásito de la repetición”: habría que retomar un libro propio publicado y crear una variante, otra perspectiva, sería un ejercicio más cercano a la música y la pintura que a la propia narrativa. Como los pintores que una y otra vez pintan sus autorretratos. O los girasoles, los de Van Gogh, que medio mundo pinta para adornar salas de hogares y habitaciones de hotel. O las Meninas recreadas por Picasso.

La construcción

Como sabemos que a EVM le fascina engañar, distraer, inventar entrevistas, ser otro, ponerse máscaras, supondremos que esta confesión es verdadera, al menos en parte. Y ya que su literatura es autorreferencial casi siempre, es importante observar cómo ha construido al personaje Enrique Vila-Matas a través de entrevistas y artículos donde disfruta al confundir al entrevistador y al público, pues nunca se sabe, lo repito, si miente o no. Es, además, de los pocos escritores de su generación que aprovecha las redes sociales, que tiene un sitio en la internet donde, además de comentar sus libros y artículos, difunde los de otros que le parecen significativos. Ha reiterado que se inició en la escritura gracias a una revista donde publicó reportajes que se inventaba con personajes famosos[ix]. “Mientras se mantiene el interés y la curiosidad por el mundo, se está vivo y se es joven”, dijo a André Gabastou en un libro-entrevista. Esa actitud juvenil y la audacia para descreer de las formas establecidas persisten en su trabajo creativo, el cual incluye su propia personalidad pública, construida a lo largo de varias décadas.
Rodrigo Fresán opina que Una casa para siempre es el mejor libro de Vila-Matas.[x] De ella, Mac… se provee de una estructura, un ventrílocuo que sufre un agobiante problema con su capacidad para hacer voces y un asesinato. Mac, el personaje, que no es el autor, según ha dicho el autor (aunque se parezcan tanto), nos dice que la carta de un amigo le llevó a leer Causas y razones de las islas desiertas, del filósofo Gilles Deleuze. Luego añade el libro Diferencia y repetición, del mismo francés y, para que el lector siga tras las miguitas[xi], desliza una frase de un tal Marcelo Alé, que alumbra el sinuoso camino de la repetición: “Es porque no hay original que no hay copia, por lo tanto, tampoco repetición de lo mismo”, que me parece una frase que Mac se inventó. ¿O no?[xii]

El sendero infinito de la metaficción

La metaficción es un símbolo de identidad de Vila-Matas. Toma ideas de otros, las coloca en la cotidianeidad, las incorpora a las reflexiones y diálogos de los personajes para avanzar en la construcción de la historia, del argumento, la trama. Los guiños de Mac… están entreverados. Ejemplo: narra un cuento que es parte del libro de Sánchez: La visita al maestro. En éste, el ventrílocuo visita a un viejo y afamado colega con el fin de saber por qué lo admira tanto. La lectura del cuento me remitió al relato del mismo título de Philip Roth, donde un escritor novato visita a su admirado y viejo maestro. Roth comentó en un texto la relación real que mantuvo con Bernard Malamud, modelo del texto, que es, por supuesto, inventado. Supongo, entonces, que la visita del ventrílocuo es algún tipo de homenaje a Roth y al extraño proceso de aprendizaje que existe en la literatura, donde hay que aprender de los maestros para renegar de ellos.
La novela está cargada con referencias que indican una investigación, una confesión de influencias y un plan de lecturas del autor. Muchas de ellas aparecen, además de otros, en sus libros: Roussell, Kafka, Bolaño, Perec, Roth, David Markson, William Gaddis, Malamud, Pessoa, Cheever, Piglia, Borges, Gombrowicz, Pitol, Tristan Tzara. Entre él y Borges percibo ese factor común que me sorprende incluso en la relectura: imaginación y realidad se combinan, son una lemniscata, el símbolo matemático del infinito. ¿Dónde empieza una; dónde la otra?

Perder Teorías

En Perder Teorías,[xiii] novela-crónica-ensayo de EVM, el personaje –que también se parece mucho a EVM– reflexiona sobre el futuro de la novela y concluye que hay cinco rasgos irrenunciablesque deben estar presentes en toda novela que quiera pertenecer al nuevo siglo. Juguemos entonces su juego y preguntemos si Mac y su contratiempo posee estas cinco características, que, por cierto, no define, sólo ejemplifica.

La intertextualidad[xiv]

Constituye las rayas del tigre en su obra: las referencias a otros autores, a libros, a hechos, a diarios, a biografías, al cine, son un pasillo de mosaicos que guía en un césped. Por ellos transita el lector a brinquitos, con la certeza alegre de que a menudo será dulcemente engañado, pues es sabido que, como Borges, se vale de divertidos apócrifos.

Las conexiones con la alta poesía

Perder teorías revisa la novela En Grand Central Station me senté y lloré, de Elizabeth Smart, para explicar lo que busca en cuanto a registro poético. Pero no se refiere de modo estricto a “lo poético”, sino a la manera en que el texto se convierta en “una máquina de citas que ayudan a crear sentidos diferentes”. Dicho de otra manera: que la intertextualidad conduzca la escritura y abra nuevos caminos, muchos de ellos poéticos. De este modo encontró su método, como Roussell y Perec encontraron el suyo. Mientras Roussell buscaba palabras similares evocativas (dicho de modo simple), EVM busca ideas, frases, descripciones, versos, libros, hechos, películas, cuadros que impulsen su imaginación.

La escritura vista como un reloj que avanza

Me topé un buen rato con “la literatura como un reloj que avanza”. No conseguía comprender con claridad a qué se refiere, además de su sentido literal. Google me ofreció 412,000 resultados. Revisé los que humanamente pude, pero sólo apareció un texto que comentaba el sentido de esa frase[xv], y tampoco me lo aclaró. Mejor me fui a revisar los libros previos de Vila-Matas.
Riba, el personaje de Dublineses (2010), se queja de que lo invitaron a dar una conferencia en Francia y los organizadores no se presentaron, de modo que se quedó en el hotel, solitario, extranjero, menospreciado por los organizadores, y aprovechó el tiempo para crear una teoría de la novela, que tiró a la basura al irse a casa. Perder teorías se origina en esa anécdota.
Riba exhibe la contradicción que causa al ser humano un cambio de paradigma: ya no lee, ve; la cultura visual se apropió, dicen algunos, de la humanidad y desplazó al texto. No obstante, sabemos que la pintura, los objetos, las imágenes son mudas, mientras que el texto avanza como un reloj. En la novela, sea cual sea la forma en que se estructure, la escritura siempre avanza, y avanza agarrada de las referencias. Digamos que es como escalar un muro y para ello te agarras de piedras, salientes, huecos que tú mismo colocas: son las referencias, la metaliteratura, los links. En su ensayo Explorador que avanza[xvi]explica la idea: es la relación entre la realidad y la ficción. La vida es una mezcla, con mayor razón la escritura, por eso sus novelas son así, un caleidoscopio de géneros. Para ilustrar su idea se vale de Nabokov: “Durante un tiempo, con paciencia, me he limitado a dar cuerda al reloj de Nabokov: «La ficción es ficción. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador.» Y punto”. Es un explorador que, como Kafka, avanza hacia el vacío.

 La victoria del estilo sobre la trama

El argumento de Mac… parece poco importante. Pero la estructura, la manera en que vincula este libro con Una casa para siempre, el flujo del texto, las ideas de fondo y la manera de contar constituyen un estilo inconfundible. El entramado, por tanto, es ligero. Al respecto, Vila-Matas comenta lo que John Banville respondió en una entrevista: “El estilo avanza dando triunfales zancadas, la trama camina detrás arrastrando los pies”. Además, empata con la idea de J. M. Murry acerca del estilo: “Estilo significa esa individualidad de expresión gracias a la cual reconocemos a un escritor[xvii]. Una novela del siglo XXI será aquella que dé preferencia al estilo sobre la trama.

La conciencia de un paisaje moral ruinoso.

Kafka vio el futuro del hombre atrapado por la burocracia, la masa de hombres, el ejercicio sojuzgador del poder. Somos la cultura más guerrera de la historia. Ver y comprender esto provoca en el ser humano cierto vacío, la nada, que se refleja en Mac…, un sujeto que vive una vida extraña, que busca escapar de esa vida y piensa que hay que huir, salir de ahí, irse a donde sea otro. Quizá en el camino se reencuentre. El paisaje es, en efecto, ruinoso. Ver y comprender el vacío en que vivimos, la pérdida de humanidad, el inmenso poder que hemos conferido al estado para mantenernos en la ignorancia, en la inmovilidad. Hay que salir, hay que caminar, hay que avanzar. Intentarlo, al menos.  

Sumemos

En efecto, Enrique Vila-Matas sigue la ruta que trazó: Citas, citas manipuladas, citas falsas, alusiones, autoficción, hibridación de géneros, novela y colección de cuentos, estilo ameno, humor, una visión decadente de la vida y el ensayo de una idea (la repetición).
La forma de leer este libro dependerá de que el lector tenga links con la cultura del autor, pues tiene múltiples nexos con muy diversos asuntos y en especial con su novela Una casa para siempreMac… está repleto de intertextualidad y de metaliteratura. Disfruté los nexos con otras obras, con sus propias novelas, con las calles de Barcelona, el ambiente de sus bares, pero percibí también que, si no conociera esa ciudad ni sus bares, si no hubiera leído Una casa para siemprePerder Teorías, El viento ligero en Parma Dublineses, la novela me parecería por igual divertida, con plausibles momentos de humor negro. Por eso Afirmo que Mac y su contratiempo está diseñada para ser degustada en la poltrona o en el sofá.

Algo personal

Cuento ahora una de esas coincidencias que le suceden a uno: Mac… menciona la avenida Diagonal, la calle Calvet, la calle Urgell, el cruce de la calle Casanova con la calle París. En 2008 Queta y yo fuimos a Barcelona, rentamos por un mes un ático en Comte Borell a una pareja de estudiantes peruanos que salían de vacaciones a su tierra.
Años antes del viaje leí muchos artículos de Vila-Matas en las revistas Vuelta y Letras libres. Disfrutaba de su visión sarcástica y su oscuro sentido del humor. La víspera de nuestro vuelo a España cayó en mis manos una novela breve: La asesina ilustrada. La leí de un tirón mientras cruzaba el Atlántico en el incómodo, odioso y cicatero asiento de clase turista. Me encantó. Al día siguiente, instalados en tierra catalana, salí a buscar una librería. Encontré la Casa del Libro en Passeig de Gracia, cerca del edificio La Pedrera, y compré los títulos disponibles de EVM, que por cierto significaron más tarde un tremendo susto cuando me dijeron en la aerolínea que debía pagar cien euros por los kilos que llevaba de más en la maleta al regresar a México, pero importo poco, pues la felicidad viajaba conmigo. Elegí leer primero París no se acaba nunca, echado en el minúsculo dormitorio, y supe que había encontrado un autor para siempre. Tirado en la cama, ignoraba que estaba situado a unos pasos de las calles donde vive Mac, ese personaje tan parecido a Enrique Vila-Matas.
Me pregunto si me habré cruzado con él en aquellas calles.





[i] Mac y su contratiempo. Enrique Vila-Matas. Ed Seix Barral.
[ii] Naturaleza de la novela. Luis Goytisolo. Ed. Anagrama. Colección Argumentos. Premio Anagrama de Ensayo. P.175
[iii] La muerte de la novela. Mario Vargas LLosa. http://www.letraslibres.com/mexico/la-muerte-la-novela)
[iv] La RAE aún no reconoce este neologismo, pero como es de uso común en Internet, me lo apropio. Me parece más fácil decir cuentario, que libro de cuentos.
[v] https://www.goodreads.com/book/show/1795985.Una_casa_para_siempre
[vi] Diarios. Robert Musil. Debolsillo. Contemporánea. Tomo 1, página 77.
[vii]https://www.nytimes.com/es/2016/11/30/el-caso-del-escritor-sentenciado-por-alterar-un-cuento-de-borges/
[ix]Fuera de aquí.  Conversaciones de Enrique Vila-Matas con André Gabastou. Galaxia Gutemberg. P.19 y ss.
[x] Enrique Vila-Matas y la búsqueda de la novela total (1973-2007): mestizaje genérico e intertextualidad. Papa Mamouer Diop. Tesis doctoral, Universidad de Valladolid. 2015. P. 47.
[xi] Menciona otros libros y autores, como Yo ya he estado aquí, de Jordi Balló y Xavier Pérez.
[xii] http://microscopia2007.blogspot.mx/2010/04/gilles-deleuze-y-la-filosofia-de-la.html
[xiii] Perder teorías. Enrique Vila-Matas. Seix Barral. 2012
[xiv] Él es Vila-Matas, no soy Bartleby. Juan Martins. Ediciones Estival. 2014
[xv] La escritura vista como reloj que avanza. Un análisis intermedial de la novela Dublinesca. Jeremias Nilsson. https://gupea.ub.gu.se/bitstream/2077/36464/1/gupea_2077_36464_1.pdf /
[xvi] El viento ligero en Parma. Enrique Vila-Matas. Ed. Sexto Piso. 2008.
[xvii] El estilo literario. J. M. Murry. Fondo de Cultura Económica. 1976.

sábado, 6 de enero de 2018

El imperio de Sam

Guillermo Lavín


[NB: El 14 de diciembre pasado, mientras escombraba la basura acumulada durante lustros en mi estudio, encontré unos sobres amarillos con fotos de personas que no sé quiénes son; muchas otras fotos, donde sí sé quiénes son, pero que no me interesa conservar, y diversos recibos y documentos ya inútiles, recortes de periódicos engomados en papel bond que alguna vez fue blanco. Extraje del archivero varias carpetas añejas donde resguardé artículos, cuentos, poemas y crónicas que publiqué en periódicos locales. En la marea de cosas destacó un recorte de periódico que desconocí por un instante, titulado El Imperio de Sam. ¡Por supuesto! -recordé de golpe-, era un comentario que publiqué la vez que Willy Samperio presentó en Ciudad Victoria su libro Gente de la Ciudad. Un rato después, Facebook me recordó que hacía un año, ese día 14, murió mi tocayo. Por eso, y vista la casualidad de reencontrarme con este texto en dicha fecha, lo subo al blog, en reconocimiento a su labor como cuentista excepcional, al amigo que fue y al maestro de quien aprendí, pues lo que escribí entonces, lo suscribo ahora.]


Conocí a Guillermo Samperio a principios de 1981. Cargaba unos veinte kilos más bajo la ropa y escondía la cara atrás de una espesa barba. Al principio lo consideré un hombre triste; supuse que alguna melancolía lo rondaba. Nuestras primeras conversaciones ajenas a la oficina fueron en la cafetería de la librería El Juglar, al sur de la Ciudad de México. Me recomendó lecturas y charlamos largo y tendido. Me contó de sus andanzas en la izquierda, su oficio de dibujante y de corrector de estilo, su formación en talleres literarios, donde destacaba los de Tito Monterroso y Arreola. Me di cuenta de que no es un hombre triste ni melancólico. Su mirada es engañosa. Es meditativo y observador agudo, con un sentido del humor que confunde; casi nunca se sabe si habla en serio o en broma. Sin embargo, en sus textos no hay dudas. El humor negro, la picardía desenvuelta y la palabra justa matizan sus trabajos. En los primeros libros ––Cuando el Tacto Toma la Palabra, Fuera del Ring, Miedo Ambiente–, Samperio usó el hacha para atacar la injusticia, con ganas de evidenciarla. En los últimos libros –Textos Extraños y Gente de la ciudad–, cambió el hacha por el estilete.

Rastrear su obra es viajar por el rock, el '68, la protesta investida de mezclilla, morral y huaraches; la fantasía desbocada, el futbol, el box, el sexo y, ahora, por una ciudad que, para donde tiendas la vista, enseña concreto encantadoramente agrietado. Guillermo se siente orgulloso de ser defeño, ahora que tantos reniegan de su ciudad. En noviembre de 1982, Samperio participó en una mesa redonda sobre La Creación Literaria y la intimidad del Escritor, en Coyoacán. Ahí dijo que: "En un escritor el gusto de la escritura debe tender a ser diverso, en especial en lo que a los cambios formales se refiere". Afirmó también que, si el lector evita la copia, "habrá de nutrirse necesariamente de otras fuentes. Estas tienen que venir del entorno sociocultural que rodea a la escritura". Y su entorno es, sobre todo, la Ciudad de México.

Guillermo Samperio aplica sus hipótesis a sus textos: recoge su entorno y juega con él dándole formas a veces inauditas, desde la minificción hasta cuentos que habitan cuentos. En cuanto la mirada peculiar que posee Samperio, me gustaría recordar algo que aseveró Thomas De Quincey hace unos ciento sesenta años, refiriéndose a la incapacidad del individuo común cuando intenta dibujar con perspectiva: "En todos los casos esa persona, a menos que haya observado en los cuadros la manera como los artistas logran tal impresión, será del todo incapaz de acercarse en lo más mínimo al efecto deseado. ¿Cómo explicarlo, si es algo que ha visto todos los días de su vida? La razón es que permite el predominio de su inteligencia sobre sus ojos". La concepción literaria de Samperio coincide con De Quincey: el olor de una mujer, el color de las hojas de un árbol, la frialdad de un espejo. En sus manos, los sentidos toman la palabra, confronta una realidad tortuosa con su singular sentido del humor y produce imágenes imposibles, dulces, tiernas y feroces. Pareciera como si su propósito fuera el trasladar al lector de la metáfora a la dura realidad.

El oficio de transitar a diario en el escaso espacio que brinda la página entre letra y letra le permite a Guillermo arrancar al lector interés, curiosidad, ternura, desconcierto, sonrisas; nos entretiene a la manera que definió Felisberto Hernández: "Tanto en las trampas del arte como en las trampas de la ciencia, hay grandísimas emociones y la emoción es, precisamente, el queso de las trampas de entretenerse". Y es que cuando el cuento arranca no sabemos qué pretende, a dónde nos conducirá. Son textos que padecen de esa extraña lógica que demuestra que dos más dos no siempre suman cuatro.

Gente de la Ciudad toma el pulso a lo cotidiano, nos recuerda que cualquier constelación habita en un punto. Contiene seres extraños que podríamos ser tú y yo, crónicas que simulan cuentos y al revés, prosas de confesión poética como la “Complicada Mujer de Tarde", terribles como un “Retrato con Jacaranda”, siluetas tiernas como el “Hombre de Negro”; se pasean los burócratas y el vendedor de camotes emite un silbido que pregona tristeza; deambulan las miradas en los traseros muy mirados; hay patronas y sirvientas, mota y cigarrillos Benson, wiski, alcohol de botica y hasta un prólogo cuya fe de influencias sorprende al más aguzado, pues ahí mismo coloca el primer sebo, el buen queso de Felisberto.

Samperio sabe escribir con perspectiva, siente lo que otros no ven, aunque pasen a un lado, y pone el queso para que el lector caiga. Con Gente de la Ciudad Guillermo Samperio confirma lo que Juan Rulfo dijo a UNOMASUNO, entrevistado en 1981: "Tenemos esperanzas en jóvenes que van a dar el ejemplo de la literatura de mañana". En esa ocasión, el primer nombre –entre varios escritores jóvenes– que vino a la memoria de Rulfo fue, precisamente, el de Samperio. Y creo que tenía razón.


Publicado en el periódico La verdad, de Ciudad Victoria, Tam. Miércoles 26 de septiembre de 1990. Sección Cultural.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Posdata: El Muro es lo de menos.

En la madrugada dieron los resultados de las elecciones en Estados Unidos. Me parece que triunfó, otra vez, la parte oscura del hombre, el mal, digamos así, el manejo político del miedo. En el mundo hay un avance, en los últimos años, del pensamiento abierto, globalizado, de aceptar a lo diferente. Pero al mismo tiempo avanza el pensamiento contrario, el de las zonas más oscuras del hombre: fanatismo religioso, terrorismo, xenofobia, homofobia, aislamiento, incertidumbre. Son las armas que usó con habilidad Trump.
Esta experiencia nos muestra un USA bárbaro y oscuro, donde hay deseo de guerra, odio oculto, y una urgente necesidad de validación social. Esa gente (y no sólo son blancos incultos, como se dijo en la campaña) siente que su país ya no es el número uno y que con su trabajo soportan el peso del mundo. Quieren de golpe ser el mandamás del planeta, eliminar sutilezas diplomáticas. Cuando Trump dijo que México no querría una guerra con USA (si se niega a pagar el muro) exhibió este modo de pensar.
Creo que ahora le bajará de tono, pues no es lo mismo estar mirando hacia arriba que mirar hacia abajo. La perspectiva cambiará, pero tiene que cumplir con algo a sus votantes y el eslabón más débil de la cadena en México. El muro, estoy seguro, es lo de menos. El tratado de comercio y las relaciones bilaterales serán las más afectadas. Ojalá me equivoque, pero empezarán a echar a la frontera algunos millones de latinos. Juego que, por cierto, Obama jugó muy bien al hablar de amistad mientras deportaba a 2,8 millones de personas. Lo cual explica por qué tantos latinos que votaron por él, ahora votaron por Trump. Además, muchos latinos que radican legalmente no quieren competencia laboral. El interés privado priva sobre el interés público. Mentalidad muy propia de la civilización capitalista agresiva que vivimos.

viernes, 21 de octubre de 2016

El muro es lo de menos

"Tras los grandes acontecimientos liberatorios de 1989, 
que crearon la posibilidad de abatir muros y fronteras y 
de construir una nueva unidad europea, se asiste a la 
construcción de nuevas fronteras y de nuevos muros
 —étnicos, chovinistas, particularistas".

Claudio Magris, Utopía y desencanto.
Desde el otro lado. Consideraciones fronterizas.


Cuando era niño se hablaba poco de política en casa, así que ignoro cómo y cuándo me enteré de que existía un muro que dividía a Alemania. Si intento recordar, me viene a la memoria la suscripción mensual de Selecciones del Reader Digest. Los relatos que más me impresionaban hablaban de gente común que intentaba escapar del yugo opresor, familias que planeaban la fuga, a veces con apoyo de ciudadanos de Berlín Occidental, que arriesgaban la vida para cruzar en fatigadas y oscuras noches una línea imaginaria, pero con muy reales minas explosivas y muros altos coronados con alambre de púas. Conozco bien esas agresivas puntas, porque el colegio no tenía una barda de concreto, ni malla ciclónica, pero sí una cerca de palos de mezquite que aferraban a tres o cuatro alambres de púas; con el pie bajaba un cable mientras alzaba el siguiente con las manos, se abría un rombo hueco para que alguien más escapara unos nerviosos segundos del colegio y rescatara el pesado balón de futbol de la maraña de cadillos que poblaba el baldío. En la secundaria me enteré de que existía una milenaria muralla china, que inició un tal Ch'in Shih-huang para contener a sus enemigos. Gracias a Wikipedia me entero ahora de que mide 21,196 km. Es una antigua fortificación construida y reconstruida entre el siglo V a. C. y el siglo XVI para proteger la frontera norte del Imperio chino durante las sucesivas dinastías imperiales de los ataques de los nómadas de Mongolia y Manchuria. Va de la frontera con Corea, hasta el desierto de Gobi. Se conserva un 30% de la muralla. Mide de 6 a 7 metros de alto y de 4 a 5 metros de ancho. Ahora sirve para atraer turistas.

Ignominia


El Muro de Berlín, llamado también muro de la vergüenza, permaneció en la frontera interalemana del 13 de agosto de 1961 al 9 de noviembre de 1989. Altura: 3,6 m. Perímetro 155 km. Según el New York Times el muro de Alemania del Este tuvo una efectividad del 95% entre 1961 y 1989. Formado por vallas, muros, alambradas, campos minados, zanjas y otros obstáculos, lo patrullaban cerca de 50.000 soldados de Alemania Oriental, con órdenes de disparar a matar.

Hace catorce años, cuando Israel levantó su muro, argumentó que era para separarse de Cisjordania y defenderse de los ataques procedentes de los territorios palestinos. Las justificaciones van y vienen a lo largo de la historia a favor de erigir muros, pero al final el argumento dominante es el miedo.

La frontera de México con los Estados Unidos de América es de 3,118 km. De ese tamaño sería el anunciado muro de Trump. Una investigación que divulgó el New York Times desmenuza un fenómeno reciente: luego del endurecimiento de las políticas migratorias en Estados Unidos, los latinos que consiguieron cruzar temen ser atrapados si intentan regresar a sus países de origen. Optaron, entonces, por quedarse a vivir. La vigilancia excesiva estimuló el crecimiento de la población latina. ¿Lo sabrá Donald?

El nuevo muro de la ignominia, ¿irá por el centro del Río Bravo? ¿Del lado americano o del nuestro? ¿Exigirá que la mano de obra mexicana, la que desprecia tanto, sea la que pegue los ladrillos? Donde hay tierra es más simple, la línea imaginaria que separa a las dos naciones es susceptible de ser perforada para la cimentación. En el mar hay fronteras marinas, mar territorial, ¿Qué tanto se internará en el mar?

El enemigo es el miedo


La idea de enemigo que tuvieron Ch’in Shih-huanh y Walter Ulbricht es la misma idea que aprendemos todos de pequeños. Miedo a lo desconocido, al desconocido. Nuestras casas tienen muros exteriores. En los últimos años los muros de nuestras casas crecieron, son más altos y sólidos que aquellos que vi de niño. Los coronamos con alambres de púas, otros los electrifican o los arman con afiladas picos con forma de magueyes enanos. Las escuelas levantan muros. Los edificios públicos y las carreteras se protegen con arcos que rastrean posibles armas: son muros electrónicos. Los muros son la metáfora del miedo. Es el miedo atávico que padecieron nuestros antepasados cuando buscaban dormir en cuevas y encendían un muro de fuego que impediría el ataque del depredador. El miedo habita en nuestra genética, es parte de nuestro instinto de supervivencia. El miedo crece cuando la percepción de peligro crece.

El muro fronterizo es una metáfora del muro que cerca tu terreno, tu casa, de los muros de tu hogar, de la recámara donde duermes, es la fuente de seguridad cuando cierras los ojos y te abandonas al sueño. En el sueño quedas inerme. Tienes miedo a sufrir un ataque durante el sueño. Es el miedo a morir. Miedo al otro. Vivimos una era de miedo. La violencia origina muros. Miedo, violencia y muros.

Racismo


Nos envían mexicanos violadores, dijo Trump para provocar miedo y ansiedad en una amplia capa de población blanca, inculta y ancestralmente racista. Repite la misma historia que otros como él han dicho de los afroamericanos. Me recuerda Sequía en septiembre, el cuento de William Faulkner: Un grupo de sureños en una barbería debate la supuesta acusación que una mujer soltera y blanca realizó contra un hombre negro. Discuten si el negro lo hizo o no. No hay pruebas, sólo la palabra de la mujer. Uno de los barberos defiende al negro. Lo conoce, no cree que él haya sido. "¿No vas a dar por buena la palabra de una mujer blanca antes que la de un negro?", le cuestiona un joven blanco, corpulento. El defensor del acusado es acusado: “¡Asqueroso enamorado de los negros!”. “Pensáis dejar que esos hijos de negra se salgan con la suya como si tal cosa, y así hasta el día en que uno lo haga de verdad?” El miedo insiste en que es mejor matar al enemigo antes de que a éste se le ocurra matarte.

A lincharlo, pues


Hoy Trump acusa a los morenos del sur y, como los racistas del cuento, no necesita pruebas. El miedo y el prejuicio se conjugan y hacen la tarea.

David Duke, ex líder del Klu Klux Klan, anunció su candidatura al senado y su apoyo al magnate. Trump tardó en rechazar el ofrecimiento. Asumo que lo analizó largo y tendido con su comité. Pero la tardanza en rechazarlo y las dudas que mostró al decir que ignoraba qué es el ku klux klan, nos inducen a creer que consideró las ventajas y desventajas de aceptar al Klan en su séquito. También nos hace creer que aceptó a Duke por debajo de la mesa, pues coinciden en aspectos ideológicos. El Klan es enemigo de los negros, los judíos, los homosexuales y los inmigrantes. Aspira a la supremacía blanca.

Trump conmueve y aglutina a través del miedo. Para solucionar el miedo, promete restituir la grandeza de la nación (blanca). Y para conseguirlo quiere humillar al enemigo, es decir, nosotros, los mexicanos. Los mexicanos les enviamos lo peor de nosotros para destruir a tan magnífica nación, dice una y otra vez. Somos la odiada presencia del enemigo, que suponían al otro lado del río, y que ahora se lo topan en el café, le sirve la sopa en el restaurante, conduce su taxi, limpia los anaqueles de la tienda de autoservicio, friega los pisos de su mansión, duerme en el cuarto de servicio. Una presencia execrable, animosa, radioactiva. Le urge poner un muro. Que ya no entren. Sacar a los que están adentro, hay que desparasitarse: muros y expulsiones.

Empate


Decían que iban Hillary y Trump parejos. Ya no, cada hora se derrumba más el indefendible y abominable sujeto que es Donald Trump. Aunque, quien crea que la señora Hillary es un angelito que descendió de los cielos para conducir con amor al país más poderoso del mundo, ignora que ser Secretario de Estado es ser el representante del imperio y sus guerras constantes. No obstante, nuestro problema inmediato es el rico heredero, pues ya casi nos declaró la guerra: México no querrá jugar a la guerra con Estados Unidos, en caso de no pagar el muro, dijo. (Newsweek en español. 6 sept. 2016). Cuando dejó el poder George Bush jr. Creí que difícilmente habría otro peor. 
Me equivoqué.

Quién es


"Sin una experiencia común, por descontado, ninguna palabra puede significar algo. Si me dicen: «¿A qué huele la bergamota?», yo respondo: «Tiene un olor parecido a la verbena», y siempre y cuando el otro conozca el olor de la verbena, acertará más o menos a comprenderme”.  (George Orwell. Ensayos). Donald no conoce la empatía, sus gestos, sus mentiras, su mirada acusadora y el desprecio son ejemplo de bulling, lo cual quedó en claro cuando salió a luz la manera en que trataba a Alicia Machado: Miss Piggy, Miss Hauskeeping, gorda, fea.

Trump es como esos niños que crecen con la certeza de que son únicos, que el mundo debe rendirse a sus pies. Son abusivos e intolerantes, unos malcriados, diría mi abuela. Trump es el niño grandote y peleonero, el prototipo del acosador que golpea y aterroriza física y emocionalmente al compañero más pequeño y luego observa con orgullo como sus padres justifican la agresión y dejan impunes sus acciones. Es experto en el acoso. Sus gestos, sus discursos, hasta el extraño copete de falsos tonos dorados y el estafador color naranja de su piel lo exhiben como el verraco que maleducaron sus padres.

El discurso


Agitamos la caja de sus pronunciamientos en un cernidor y aparecen muchos componentes malignos que la historia humana esclareció hace tiempo: xenofobia, misoginia, nacionalismo, racismo, despotismo, aislamiento geográfico y proteccionismo económico. Con su discurso, su actitud, las amenazas a la prensa, se autodescribe: es fascista. Usa el discurso que distingue a la peor ultraderecha para conservar el statu quo, donde el blanco, de origen europeo, posee el poder. Del leviatán civilizado, volveremos al leviatán burdo, que arregla sus disputas a bastonazos. Su discurso tiene vertientes oscuras, ambivalentes, contradictorias.

El mal


Comprendemos el mal porque lo explica la ciencia, lo exponen y analizan los ensayistas, lo muestra la narrativa y nos conmueve mediante poemas. Pero cada vez que reaparece es irreconocible, se disfraza con insólitas caretas, las de la confusión y la hipocresía. Un nacionalismo enfermo renace en Estados Unidos con Donald. Mario Vargas Llosa dice que "toda nación es una mentira a la que el tiempo y la historia han ido —como a los viejos mitos y a las leyendas clásicas— fraguando una apariencia de verdad". La nación es un gran mito. Existe como ideología para preservar los intereses de la clase dominante. Los países van y vienen durante miles de años, las ambiciones de algunos conquistadores los reúnen durante un tiempo y luego enfrentan a otros más poderosos y las fronteras se desbaratan como el barquito de papel en el arroyo. Una dilución inevitable.

¿Hacer grande América de nuevo?


El nacionalismo es una ideología útil para convencer a una multitud de que actúe contra alguien, contra algo, o para defender lo que parece un factor común. Que  hay puntos en común entre nosotros, eso que llamamos nación, es verdad, pero también los hay enfrentados. Las culturas son colectivas, pero también personales, de grupo, y a veces tienes más en común con alguien de otro país que con tu vecino.

Es una aberración, una ideología creada para manipular a los pueblos y para enfrentar supuestos enemigos comunes, que sí, a veces existen, pero cuya existencia suele obedecer al nacionalismo del vecino. El nacionalismo es una forma de fanatismo, tiene su máxima expresión en la violencia, es un arma de guerra. Hacia ella camina el empresario candidato, el exitoso actor de reality show, el transa habitual, el racista, el peligroso sujeto que se presenta con un popular nombre de caricatura: Donald.
Su racismo se expresa cada vez que habla de los latinos, pues para él todos los latinos son mexicanos, son el sur, una zona neblinosa, el enemigo que conspiró con Bill Clinton para firmar un tratado que a Estados Unidos le cuesta cada año una fortuna. Por eso quiere un nuevo tratado que sólo beneficie a su país. Lo dijo y lo sostiene en cada mitin, quiere renegociar con México desde una posición de fuerza. El proteccionismo económico se soporta en el racismo. Los mexicanos son inferiores, podemos vencerlos en una guerra, por tanto deben firmar un tratado que nos beneficie, dice.

Se encierran o nos encerramos


Quizá el muro no sea tan mala idea, si sirve para que los gringos dejen de vender armas al crimen organizado y, estos, de exportar drogas. Saldríamos ganando. Pero es un sueño, Donald Trump no es tan imbécil como para aniquilar el inmenso negocio que significan ambas cosas.
Me pongo a imaginar que de veras Trump asume el poder, que deporta a millones de latinos e impone impuestos a nuestras exportaciones y levanta el muro con el dinero que los migrantes envían a sus familias en México. Da miedo pensar las consecuencias, pero el verdadero miedo que siento procede de nuestra incapacidad de respuesta. 

Esa prospectiva debería ser sopesada ya por quienes están a cargo. Los gobernantes mexicanos se dedicaron a entrampar nuestra economía mediante la depredación (una infame, monstruosa y cínica corrupción), asumiendo que bastaría ser el cabuz trastabillante del poderoso tren americano para salir adelante, cuando cualquiera sabe que es fatal colocar los cimientos de tu edificio en el terreno del vecino.

¿No será ahora el momento de dar un giro a la economía e impulsar el mercado interno? ¿No es el momento para buscar la diversificación de mercados y estimular la producción? Europa, Asia, Centroamérica son mercados atractivos. ¡Cuántas naciones quisieran tener nuestros mares! En caso de una guerra económica (o bélica), ya veo a los políticos llamando a la unidad nacional y desgarrando sus vestiduras. ¿Les creeremos? Dicen que existen dos tipos de causas de los hechos históricos: contingentes y necesarias. Contingente es Trump, que encabezaría la guerra y que desde ya la anuncia. Necesarias son las condiciones internas, las que hemos creado durante doscientos años de una enclenque independencia.

La amenaza es real. Trump quiere que los americanos teman al migrante y quiere que México le tema a USA. Ya consiguió ambas cosas.

El miedo


Dice Elías Canetti que "Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Desea saber quién es el que le agarra; le quiere reconocer o, al menos, poder clasificar".
¿En qué momento los mexicanos sustituimos al Estado Islámico en el panteón de enemigos de Norteamérica? ¿Somos los nuevos talibán? El discurso de Trump se articula con miedo, miedo al terrorismo, miedo a los extranjeros que son sinónimo de terroristas, miedo a los extranjeros que cruzan la frontera: miedo a los mexicanos que quieren destruir el modo de vida occidental.
El derrumbe de las Torres Gemelas en septiembre del año 2001 arrastró consigo el concepto de seguridad que deambulaba amablemente en Malls y museos, escuelas y parques de nuestros vecinos. No fueron los únicos en sentir pánico, en Europa avanzó la sensación de que alguien tenebroso acecha por la espalda. 

Zarkozy, nos cuenta Zygmunt Bauman (Esto no es un Diario), comprendió el temor que permeaba a la sociedad francesa tradicionalista y lo usó para su beneficio político. Su discurso habló de barrios peligrosos, comportamientos extraños (diferentes a los comportamientos de los franceses), apuntó con el dedo a los gitanos, lanzó a las calles a los policías para arrestar criminales y prometió “dar muerte a la inseguridad”. Y por supuesto que no lo consiguió, como ahora sabemos, pero ganó la elección. Él y Donald echan pólvora a la hoguera del miedo. Bien dice Amos Oz: es “la típica reivindicación fanática: si pienso que algo es malo, lo aniquilo junto a todo lo que lo rodea”.

El otro muro


Mientras tanto, en México padecemos de analfabetismo político, nuestra memoria histórica es olvidadiza, nos aprisiona la flojera civil, el valemadrismo ciudadano. No comprendemos que el muro ya existe. Se construyó a lo largo y ancho del país durante décadas. Es el infranqueable muro de la ignorancia y la corrupción. Somos tan desidiosos. La improvisación y las ocurrencias permean la vida pública. Habrá que inventar un concepto que ilustre de un golpe la extraña costumbre de los políticos mexicanos de resolver problemas al vapor. ¿Foxcurrencias?


Jorge Luis Borges publicó en 1934 un libro donde narra las historias de un grupo de hombres y mujeres que destacaron por su vida oprobiosa. Ignoro cómo terminará la de Donald Trump, pero ya merece incorporarse a ese libro (que nunca terminará de escribirse, pues hombres como éste aparecen aquí y allá, son la yerba venenosa del jardín de la historia), se trata de la Historia Universal de la Infamia.