sábado, 26 de enero de 2013


Elecciones, ética y miopía

Deambulaba con Queta por los pasillos del Cotsco, en Querétaro –una de las pocas ciudades mexicanas donde aún se pasea le gente por las noches–, medio perdido entre voluminosos paquetes de comida empacada como para surtir el almacén de un bunker casero, muebles de patio, bártulos y electrodomésticos, cuando me sorprendió encontrarme frente a frente con un viejo conocido, que no veía al menos desde hacía tres años. Lo curioso del encuentro radica en que hace un año él regresó a vivir a Ciudad Victoria, mientras que por las mismas fechas nosotros empezamos un periplo permanente entre esa mi ciudad natal y Querétaro, donde él vivía.
Luego de la alegría y el abrazo, el comentario obligado –carajo, cómo es que nos venimos a encontrar acá–, la pregunta por la salud de los hijos y el reconocimiento óptico que nos revela el grado en que la vida nos ha estropeado la cara, el cabello y la barriga, surgió el tema de moda: faltaban pocos días para las elecciones federales del 2012. Confieso que yo andaba de mírame y no me toques con ese asunto pues, desde que la violencia se encarnizó en el noreste de México, tengo la convicción de que los políticos son los directamente responsables, en particular los príistas que gobernaron los últimos sexenios la región donde habitamos. Su inagotable y oscura corrupción es el origen de esta plaga, aunque también el aval de los votantes que, a cambio de unas láminas para techar la casa, unos bultos de cemento, unas camisetas plagadas de publicidad y un par de promesas obsequian el voto sin mayor consideración.
Gracias a Twitter me enteré de éstas y otras muchas de las tropelías que suelen omitir los medios de información. Antes de que las redes sociales nos inundaran de información, tanto de la falsa como de la verdadera, incluso con singulares combinaciones de ambas, sabíamos, por el chisme de sobremesa y las tertulias del café, cómo se las gastaban los políticos para ganar las elecciones, para desgobernar y enriquecerse. Durante décadas fuimos un pueblo pasivo que se limitó a contemplar el taqueo de urnas, el carrusel de votos. Pero desde hace unos diez años, a través de correos electrónicos, blogs, páginas web y luego en el Twitter y el Facebook la gente se animó a opinar, a informar fuera de los medios que, se supone, deberían de hacerlo. Ahora nos enteramos, tarde o temprano, de casi todo. Aunque no sirva para mucho.
Precisamente cuando me topé con mi amigo, estaba en pleno apogeo un escándalo político-electoral, según el cual el PRI habría comprado votos a través de tarjetas de prepago de Soriana y del Grupo Financiero Monex, además de otros primores característicos de los procesos electorales mexicanos, tales como el gasto excesivo en renta de aviones, triangulación de gastos, donaciones irregulares, etc. ¿Novedad? No, excepto por la difusión lograda en la Internet. Los partidos políticos mexicanos son falsarios, corruptos y manipuladores, y los políticos no poseen más ética que la que Maquiavelo y Mazarino recomiendan, pero en casa me enseñaron –se mama, dicen que se dice– que sin respeto y sin honestidad, no hay tranquilidad. Además, comprar votos me parece siniestro, hágalo quien lo haga.
Para mi sorpresa mi amigo defendió el punto contrario. Se puso la casaca de los compra votos, con un argumento claro y preciso: No nos hagamos pendejos, dijo, los que andan en las campañas, con cualquier candidato o partido, tienen un objetivo personal: conseguir un buen empleo, hacer negocios, billetes; así que si alguien recibe ofertas a cambio de su voto, pues me parece bien que saque lo más que pueda. Si me ofrecen una lana a cambio de mi voto, con gusto lo vendo. Lástima que nadie se me ha acercado con una buena oferta.
Por supuesto que sentí el furor propio de la educación judeo-cristiana, la indignación ante tamaña desvergüenza. La charla subió varios grados en el termómetro y se tornó en discusión abierta, entre carritos de mandado conducidos por familias apacibles que volvían la cara hacia nosotros al escuchar los denuestos lanzados por dos enrojecidos rostros. Más prudente, Queta irrumpió con amabilidad y nos recordó que se hacía tarde y aún había que hacer las compras. O sea que nos devolvió a la realidad y ambos recuperamos la cordura amistosa, la tolerancia ante las diferencias ideológicas y las buenas maneras de las conveniencias sociales.
Salí rumiando del Cotsco. No me sentía a gusto con la interrumpida polémica. Cómo es posible, le decía a mi esposa, que no se comprenda la diferencia entre el interés personal y el interés social, confundirlos es propio de mentes obtusas, de cínicos o de una profunda y enraizada cultura donde el individualismo llegó ya al extremo de negar la necesidad de vivir en sociedad. La ética tiene un sentido: evitar que nos despedacemos unos a otros. No hay civilización sin ética. Se sustenta en un egoísmo inteligente, ya que si renunciamos a intereses personales a favor del llamado bien común, al final todos salimos ganando. Cuando elegimos a los gobernantes, le damos rumbo a la nación y se refleja en el bien común. O debería reflejarse. Vender el voto, ya sea por un paquete de galletas o un puesto público, es vender el futuro de todos.
Hace dos días amanecí con la noticia de que el IFE castigaría a los partidos políticos por los abusos que cometieron en las elecciones. El lenguaje que usó el IFE no tiene un gramo de desperdicio. Por ejemplo, nos dicen que el PRI contrató, a través de un intermediario (caramba, eso cambia todo, hay un intermediario, ése de seguro es el tramposo y el partido es impúber, virgen, incólume) un servicio de dispersión de recursos a través de tarjetas de prepago. ¿Entendí bien? ¿Se podría traducir? Me imagino que significa algo así: El PRI, para no dar la cara, contrató un servicio, mediante el cual pagó a mucha gente que trabajó para ellos en la elección. Cuando yo era joven y participabas en política se sobreentendía que apoyabas un proyecto de nación, de modo que el partido no te daba más allá de las gracias; en todo caso uno le metía dinero propio y boteaba en las calles o visitaba a los conocidos para, con pena y todo, dar el sablazo, pues pagar la renta de las oficinas partidistas, la folletería y el material para hacer las pintas era inevitable.
Extraviada entre el barullo, las discusiones y la indignación que provocó la libertad de Florence Cassez, hoy leí la misma noticia de ayer, pero al revés: nos dicen que siempre no habrá multa para el PRI por el caso MONEX. Conste que el IFE no lo exculpa. Es el resultado de una simple aunque indignante votación: Resulta que hace poco nombraron Consejero del IFE a Sergio García Ramírez, aquel que fue precandidato del PRI a la presidencia de la república en 1987 (la perdió contra Carlos Salinas de Gortari), fue titular de la PGR con Miguel de la Madrid y luego Secretario General del PRI en el 2000. Priísta distinguido, pues. García Ramírez había manifestado su decisión de no participar en la votación del caso MONEX, por ser amigo de algunos de los implicados en el esquema de financiamiento, nos dice El Financiero. De modo que a la hora de votar sólo estaban cuatro consejeros, incluyendo al presidente del IFE. Dos a favor de multar al PRI, dos a favor del perdón divino y la impunidad. Fue entonces que don Sergio García regresó a la palestra y dijo que, si no había objeción por parte de los otros consejeros, siempre sí votaría. Como no hubo tal cosa, el PRI se ahorró la multa.
Medio mundo quiere enriquecerse a como dé lugar y de prisa. Por eso resulta fácil vender los votos y los cargos públicos. Qué más da, si en México hemos adoptado una pulcrísima forma de selección de personal: vendemos la secretaría de obras públicas a los constructores y las plazas a maestros que se oponen a ser evaluados, de la misma manera que vendemos las comandancias de las policías a los criminales. Javier Marías escribió una vez que la palabra corrupto resulta superflua ahí donde la corrupción es la norma. En mi país la ética salió a pasear y se extravió. El resultado es evidente. Seguimos ciegos y sordos y no somos capaces de relacionar la violencia y la inseguridad con la cultura de la corrupción. Este año habrá elecciones locales en Tamaulipas y no veo en la sociedad el deseo de responder ante el agravio de que ha sido objeto. Pareciera que el miedo y los malditos intereses personales nos volvieron pasivos. Estamos fritos.

Guillermo Lavín
26 de enero del 2013