lunes, 26 de mayo de 2014

Coetzee: El maestro de Petersburgo


Autobiografía del dolor intransferible






“la función de la crítica viene definida por el clásico:
la crítica es aquella que tiene la obligación
de interrogar al clásico”

J. M. Coetzee. ¿Qué es un clásico?
Conferencia. Costas Extrañas.



En el epígrafe transcribí esta breve frase de John Maxwell Coetzee, ya que en el mismo ofrece la pauta tanto de su escritura creativa como de su trabajo como crítico, tan respetado y admirado, erudito y profundo, sin ser oscuro. No es sólo el narrador fino y riguroso, es también el aguzado comprendedor de otros autores. Dice, además, que clásico[i] es aquello (arte, música, literatura) que sobrevive al asedio de la barbarie, que se define por la supervivencia. La afirmación constituye una metáfora que si bien no define el asunto –adelanto que tampoco me interesan ahora las definiciones, sino abordar el centro del libro–, ni delimita con precisión el objeto de conocimiento; ofrece, más bien, una luz que nos permite entender su visión acerca de la literatura. La lectura de sus ensayos me dice que hay algo de político y algo de historiador en el crítico literario, algo de cocinero también, que deshecha recetas anacrónicas y coloca como ingrediente principal un aspecto profundamente humano: la supervivencia.

¿Cómo y cuándo llegué a Coetzee? ¿Por qué, de la noche a la mañana me vi buscando sus libros, todos, para leerlos uno tras otro? De él sólo conocía algunas pocas referencias publicada en revistas. No sentía interés por su obra. Ni siquiera cuando le dieran el Premio Nobel en 2003, pero los premios Nobel no siempre me parecen relevantes. No obstante, un día me encontré al poeta Antonio Huerta, conversamos de libros y autores y me dijo que acababa de leer Hombre Lento, le había sorprendido y me lo recomendaba ampliamente. Lo compré, leí y compartí su opinión. Pocas veces encontramos autores que nos colmen, que nos atrapen. Tengo en esa carpeta a Dostoievski, García Márquez, Vargas Llosa, Kafka, Bellow, Philip Roth, Vila-Matas, Bradbury, Borges, Bioy, entre otros. Coetzee se incorporó de inmediato a la lista. Leí luego Esperando a los bárbaros (una metáfora estupenda de una sociedad decadente que sólo aguarda el momento fatal de la invasión bárbara); le siguieron Foe, La edad del hierro, Elizabeth Costello, Desgracia, Infancia, Verano, Juventud, Vida y época de Michael K, En medio de ninguna parte, Diario de un mal año, Aquí y Ahora (intercambio epistolar con Paul Auster) y recientemente La infancia de Jesús; pero hubo uno que me conmovió sobremanera, con la intensidad de Desgracia y de Hombre Lento: El maestro de Petersburgo (1994), que conseguí apenas hace unos meses[ii].

¿El maestro de Petersburgo es una novela? Desde las primeras páginas el libro nos entera de que el personaje central es Dostoievski (para evitar confusiones, cuando escriba Fedor me refiero al personaje de Coetzee; Dostoievski será el escritor del siglo XIX) un reputado escritor en la Rusia del siglo XIX, que viaja a Petersburgo en 1869 porque ha muerto su hijastro. Advertimos entonces que el hijastro del Dostoievski real murió después del escritor. Este hecho nos indica que no se trata de una biografía. Se trata, en todo caso, de un claro ejemplo de metaficción, donde el texto usa la realidad y la confunde con la ficción, recurso que usa admirablemente. Pero además es profundamente autorreferencial, pues aquello que Orhan Pamuk llama el centro secreto[iii] de una novela lo constituye aquí la parte emocional; la historia contada es un pretexto para que el autor ofrezca un homenaje a otro autor y para dejar escapar algo muy personal. El homenaje es para Dostoievski; el asunto personal es muy íntimo y doloroso: la muerte de un hijo. Dice Pamuk que a veces el centro secreto de la novela no es la historia que se cuenta, sino la vida misma. En el Conde de Montecristo, por ejemplo, están la pasión y la venganza como centro. En este caso, el personaje siente que nunca logró entablar una relación de amor con su hijastro, hubo incomprensión entre ambos, separaron sus vidas, y ahora la culpa se aferra al corazón del personaje. Culpa de no acercarse y hablar o romper diques a tiempo, culpa de irse a otro país a vivir, culpa de no hacerse amar. Dolor al encontrar que su hijastro no lo ama y en todo caso lo detesta. Una novela de realismo sicológico, una novela histórica, que esconde una autobiografía del dolor personal, intransferible.

El libro es un claro homenaje, no sólo por usar a Dostoievski como personaje central de la novela, sino porque utiliza algunos nombres de sus novelas y el tema refiere a un hecho de la historia rusa –deformado, falseado, novelado–, que el mismo autor novelizaría en Los Demonios[iv], las andanzas del nihilista Necháiev, un enloquecido terrorista que asesinó a uno de sus colegas más cercanos. El escritor se enteró del hecho por su hijastro y decidió escribir una novela para denunciar lo que a su juicio conduciría a su patria a la ruina. En Los demonios el terrorista se llama Verjovenski. Serguéi Necháiev, para Coetzee y para la historia rusa. Necháiev se muestra perverso. Cree, no que representa al pueblo, sino que ambas voluntades, la colectiva e imaginaria del pueblo y la suya son la misma cosa.  Frases como: "Eso es algo que el pueblo entiende y aprueba. Al pueblo no le interesan los casos individuales. El pueblo ha vivido padecimientos de toda clase desde tiempo inmemorial; ahora, el pueblo exige que sean ellos los que sufran." Se refiere a una lista de personas que serán asesinadas. Y anuncia la existencia de una lista de sacrificados. Es el terror.

En el Diario de un Escritor de Dostoievski leo un pasaje que me parece sería la fuente de uno de los capítulos de El Maestro de Petesburgo: “Veo a un chico aún muy pequeño, de unos seis años o incluso menos, que se despierta una mañana en un sótano húmedo y frío. Sólo lleva puesta una especie de blusa y tirita. Su respiración se escapa en forma de blanco vaho; sentado en un rincón, encima de un baúl, el muchacho mata el aburrimiento exhalando esas nubes de vapor y contemplando cómo se disipan. Pero tiene mucha hambre. A lo largo de la mañana se ha acercado varias veces a la tarima, donde, sobre un jergón tan fino como una torta de aceite, y una especie de hatillo bajo la cabeza a modo de almohada, yace su madre enferma.” En la novela de Coetzee, Necháiev conduce con engaños al escritor hasta un sótano: “Se da la vuelta y contempla el húmedo sótano. ¿Qué es lo que ve? Tres niños ateridos, famélicos, que esperan al ángel de la muerte…. Lo único que ve usted son las miserables circunstancias que prevalecen en este sótano, en el que ni siquiera se debería condenar a vivir a una rata, a una cucaracha. Ve el patetismo de tres niños que se mueren de hambre; si espera un poco, también verá a su madre, una mujer que para traer a casa un mendrugo de pan tiene que venderse por las calles”. La intertextualidad me parece evidente.

¿Se sirvió Coetzee de este libro para esclarecer sus propias emociones respecto de la muerte de su hijo? El tema de la relación de los hijos con los padres parece ser importante para él, como lo fue para Dostroievski[v]. Quizá tuvo una relación difícil con su hijo, lo ignoro, pero la novela, y sus otras novelas, sobre todo las claramente autobiográficas ofrecen algunos datos. Por su parte, Fedor el personaje de la novela está confundido. "No puede pensar, no puede escribir, no puede dolerse ni llorar más que por sí y para sí", escribe Coetzee, y quizá no lo dice por el ruso, sino porque su propio dolor necesitaba ser convocado, exhibido, expulsado. Vale la pena señalar que el autor ruso tuvo un padre como el de Necháiev. Un sujeto borracho, muy agresivo, que murió a manos de los mujiks. Se dice que lo golpearon y le obligaron a beber alcohol hasta que falleció: "Su padre, cada vez más embrutecido, trataba a sus mujiks con extrema crueldad, y ellos, en junio de 1839, lo asesinaron. Dostroievski, quien desde su temprana infancia temía y odiaba a su padre, sintió que el crimen de los campesinos recaía sobre él. Este parricidio, que nunca cometió, pero que secretamente deseaba, podría ser la causa de su epilepsia”, según algunas especulaciones[vi]. Los remordimientos le obsesionaron durante toda su vida y sólo logró expiarlos con su última novela, Los hermanos Karamasov, en la que recreó con sinceridad masoquista las circunstancias y consecuencias morales de ese asesinato".  Si bien la mía es una visión extraliteraria, que debiera centrar la atención en la novela y nada más, encuentro que los fragmentos –en la obra son constantes– donde brota el padre angustiado, atormentado, dolorido son tan crueles y profundos que resulta inevitable pensar que en ellos se depositó la pena del padre.

Fedor viaja, al iniciar la novela, con el aparente fin de recoger las pertenencias de Pavel, el hijastro que se suicidó. El padrastro arriba a la pensión donde aquel vivía, atendido por una mujer aún joven, madre de una pre adolescente, para enterarse de los hechos y recoger las pertenencias. Renta la habitación donde viviera su joven hijastro, huele y usa sus ropas. Se las pone. La narración avanza contenida por una prosa seca, ruda, abrupta y terregosa, emocionalmente profunda. Algo provoca que entre él y la mujer aparezca el sexo. El texto sugiere que la madre y la hija estaban enamoradas de Pavel. La niña entra en conflicto con el padrastro y fastidia la relación entre él y la mujer. El visitante, que sería un huésped temporal, alarga su estancia, a la manera de los personajes de Kafka. En la calle la vida sigue una trama policiaca. Se entera entonces de que su hijastro estaba vinculado a un grupo de nihilistas, cuando la policía interviene y la novela de Coetzee se entrecruza con Los demonios[vii], que a su vez se originó por la guerra personal que su autor sostuvo contra aquella corriente nihilista, terrorista, que tanta influencia tuviera en la vida política de la Rusia del siglo XIX.

La novela se plaga de referencias. La vida y la obra de Dostoievski nutren a El maestro de Petersburgo. Sin embargo, creo que lo mejor de la novela no es la trama. Los fragmentos más impresionantes son aquellos donde se despliegan las emociones de un padre que perdió a un hijo, que quisiera recuperarlo, darle de inmediato el afecto que ya no podrá, un padre que se sorprende al leer en los cuadernos de su hijo el desamor y el rechazo al hombre que desposó a la madre, que reemplazó a su verdadero padre. El padre biológico fue un sujeto de mala vida, pero el hijo, en su fobia contra el padrastro, acabó idealizándolo. Es el drama doloroso de un padre que ama a su hijastro como si fuera propio, que sabe que ya no podrá decirle que lo ama y que busca en el olor perdido en las sábanas, en la mujer, en la tierra que cubre la tumba, una forma de comunicarse con él y restablecer el equilibrio perdido.

El personaje central -Fiódor- es un hombre perdido en el dolor, dubitable, que busca al hijo y se busca en él, cree que debe recuperar los papeles de Pavel, que conserva la policía, pues de alguna forma estarían en ellos la clave para reconocer al hijo perdido y recibir el perdón. Recuperará, al final de la historia, su vocación de escritor. Y sabrá que escribir es un acto de traición. Sus personajes: Fedor, la hostelera y su hija, el hijo muerto, el nihilista, el policía, pertenecen al museo de personajes de Dostoievsky. La referencia es entonces múltiple, el homenaje es evidente. Son arquetipos, es el buen sentido de la palabra. Hay autores que abren puertas y autores que las cierran. Dostoievski pertenece al primer grupo. También Coetzee abre puertas. Me pregunto si en el futuro algún Harold Bloom lo incorporará al Canon de Occidente.

¿Y cuál es el centro secreto de esta novela? Mientras la leía me preguntaba cuál era el asunto central propuesto por el autor. Me explico: busqué opiniones y críticas a la obra y, finalmente, encontré mi respuesta. Quienes han estudiado su obra coinciden en señalar la influencia de Ford Madox, Beckett, Kafka y Dostoievski. Supongo que habría que añadir a Daniel Defoe, otro maestro de la metaficción, a quien también rinde homenaje y críticas con Foe, novela que supone otra visión del Robinson Crusoe, gracias a la inclusión de un personaje femenino. Como ellos, usa sus dolores y circunstancias para escribir. Creo que el centro secreto es el dolor del padre, que se resuelve en la escritura. "Si hoy escribe con tanta claridad –narra casi al final del libro– es porque ya no está escribiendo para que ella lo lea. Está escribiendo para sí mismo, está escribiendo para la eternidad. Escribe para los muertos… Ha traicionado a todos; tampoco entiende que esas traiciones podrían ir aún más allá. Si alguna vez quiso saber si la traición sabe más a vinagre o a hiel, ahora ha llegado el momento.”

Coetzee es reacio a las entrevistas, se niega a mencionar su vida y usa el correo electrónico para responder preguntas de manera escueta y seca. El entrevistador John Carlin afirma que “Coetzee es uno de esos genios que padecen el síndrome de Greta Garbo. Desea que se le quiera por su arte, pero sólo por su arte. Él prefiere mantenerse apartado del mundo. Es un ermitaño…[viii] A pesar de ello, encontré un artículo –un solitario artículo en el maremágnum de la Internet– que comenta la muerte del hijo, a los veintitrés años, al caer de un balcón. Huelga decir que este parece ser el centro secreto de la novela. Además, el cáncer le arrebató a la esposa. Tal parece que se niega a hablar de las tragedias personales, pero en su escritura da salida a su hermetismo. Un ejemplo de la fuerza emocional que fluye constantemente por la narración:

“Aprieta la frente contra el tejido y muy débilmente le llega el olor de su hijo. Respira hondo una y otra vez, pensando: es su espíritu, que entra en mí.”

O bien:

“…hace diez días que Pável ha muerto. Con cada día que pasa, los recuerdos que aún puedan flotar en el aire como las hojas de otoño van cayendo al barro, y allí son pisoteados, o bien se los lleva el viento por los cielos cegadores. Solamente él aspira a recoger y a conservar esos recuerdos. Todos los demás suscriben el orden que impone la muerte primero, el duelo y el llanto después, y luego el olvido. Si no olvidamos, dicen, pronto el mundo no será más que una inmensa biblioteca”. 

Sé que es una visión extraliteraria[ix]. Afirmar que el origen –el centro, diría Orhan Pamuk– de la novela se encuentra en el dolor del padre-autor es una mera suposición. Todos los artículos que leí insisten en la relación evidente entre Dostoievski y Coetzee, poco ven los textos que muestran el dolor del padre. Me parece que el autor buscó reconocer a Dostoievski y al mismo tiempo usarlo para liberar su propia condición de padre mutilado. Cuando se leen los fragmentos del hombre que lamenta la pérdida del hijo, cuando narra cómo intenta invadir el espacio que ocupaba el hijo muerto a través de la cama y la ropa e incluso de la que quizá fuera su mujer, cuando leemos los lamentos, comprendemos que el dolor terrible de perder a un hijo es interminable e intransferible. Es una suposición que se fundamenta en la exigencia de Coetzee, cuando lo entrevistan, de no preguntar nada de su esposa y su hijo fallecidos. Poco se sabe de Coetzee, con todo y su autobiografía en tres tomos. Que es sudafricano. Que nació en Ciudad del Cabo en 1940 y muy joven abandonó su tierra y ha radicado en Gran Bretaña, Estados Unidos y Australia. Lo que sabemos está contado en sus libros autobiográficos[x] Ese afán de verse desde lejos, a distancia, como si fuera otro, no descarta del todo sus emociones. Un hombre hastiado de la violencia que asola a Sudáfrica, pero que sabe que no es exclusiva, que la humanidad se agrede en todo el mundo:

“Él lee las noticias y se siente sucio. ¡De modo que es a esto a lo que ha regresado! Sin embargo, ¿en qué lugar del mundo puede uno esconderse donde no se sienta sucio? ¿Acaso se sentiría más limpio en las nieves de Suecia, leyendo desde la lejanía acerca de su gente y las diabluras más recientes a que se entregaban?”

Cuando se fue a radicar a Australia (2002), un año antes de recibir el Premio Nobel, comentó a un amigo que estaba escribiendo una nueva novela, éste le apuró a inscribirse en una oficina gubernamental para que le dieran, de seguro le darían, con sus antecedentes, una subvención. Se sorprendió. En Sudáfrica –dijo el escritor– el gobierno nunca ha apoyado a los escritores y la única oficina relativa a ellos fue creada para censurarlos[xi]. No podía venderse un libro hasta que el anónimo comité de censores lo autorizara. Vivió su infancia en un lugar seco, difícil, agreste, dudando del idioma que hablaba –inglés, la familia; afrikáner, sus congéneres–, inmerso en una sociedad de judíos, católicos y protestantes y una familia no practicante, con un padre abogado de poca presencia en el hogar, más bien rechazado por su fracaso (dilapidó el dinero, endeudó a la familia), distante de la cultura predominante que imponía el racismo, lejos de la sofisticación de las urbes. Siendo joven decidió estudiar matemáticas, luego Lengua y Literatura Inglesa, se supo escritor y se fue a Inglaterra a buscar destino, trabajó para la IBM.

En 1965 abandonó Londres y se dirigió a Estados Unidos, donde se doctoró en Lingüística y Literatura en la Universidad de Texas, en Austin. Allí conoció a grandes profesores: Roger Shattuk, Ricardo Gullón, Borges, Octavio Paz, Alberto de la Cerda, Charles Olson, Robert Criley, según nos cuenta Javier Marías[xii]. Estudió la obra de Ford Madox Ford, tuvo la fortuna de encontrar los cuadernos en que Samuel Beckett había escrito la novela Watt mientras se escondía de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial; descubrió también el origen de su apellido, se inconformó con el gobierno americano y se fue de nuevo a su tierra. En 1968 se mudó a Buffalo para trabajar en la Universidad Estatal de Nueva York. Coetzee comenzó a escribir la memoria familiar. Esa fue su primera novela: Dusklands (Tierras de Poniente). Después de tres años regresó a Sudáfrica en 1971. Fue profesor de literatura en la Universidad de Ciudad del Cabo hasta su jubilación. En Australia es profesor en la Universidad de Adelaida, pasa un semestre al año en la Universidad de Chicago. Vegetariano. Divorciado. Con una hija. Descree de los géneros literarios. Pasea en bicicleta. Y no sé si ser abstemio, como lo es, sea de temerse, como diría el escritor tampiqueño Arturo Castillo Alva.

Tanto Coetzee como Dostoievski vivieron fuera de su país; ambos se fueron por necesidad. Coetzee, para escapar de la censura, la opresión, para encontrar un camino, deambuló por Inglaterra, Estados Unidos -de donde se fue por su activismo-, Australia. El ruso, acosado por las deudas heredadas de su hermano muerto y las propias huyó a Europa, donde aprendió a odiar Alemania. Todos los artículos inciden en Dostoievski, poco ven los textos que muestran el dolor del padre. Me parece que el autor buscó reconocer a Dostoievski y al mismo tiempo usarlo para liberar su propia condición de padre mutilado.

Su estilo es siempre muy directo y rudo, cuenta con un ritmo constante que alterna frases largas y cortas. Atmósfera pesada. Su registro está por encima del habla popular, pero sin recargos ni ostentación de cultura. Creo que pertenece a la estirpe de escritores como Günter Grass, autores comprometidos con la vida, la realidad, la sociedad, los desamparados, sin ser evidente. Hay entre ellos diferencias de personalidad. El Nobel alemán actúa, escribe artículos y declara, mientras que Coetzee se concentra en el trabajo literario, rechaza la vida mediática, aborrece hablar. Leerlo deja un regusto acre.

Coetzee es pasional y lúcido, inteligente y emotivo, las ideas conducen su prosa, pero su pluma es el corazón. Creo que este libro es el horno donde transmutó Coetzee su pesadumbre. Hurtó el dolor de su propia vida, la rehízo con matices nuevos, aprovechó mitos, autores amados, para construir un asunto poderoso. Preguntó al clásico, se preguntó, hurgó en las respuestas y escribió un libro de búsqueda y viaje. Viaje a una ciudad para buscar a un hijastro que murió, al interior de sus emociones para encontrar los propios sentimientos, al remordimiento. Pero también hay viaje al interior, al yo reflexivo encubierto, el yo del autor que emparenta con el drama, con la muerte del propio hijo. Una historia en dolorosos veinte capítulos.






¿Qué es un clásico? Una conferencia. Costas Extrañas. Ensayos 1986-1999. Ediciones de bolsillo. Contemporánea. 2011.
II Es curioso. Las librerías suelen acomodar los libros de manera fácil, para que el lector los encuentre, y lo más común es usar la primera letra del apellido. Por lo tanto, autores como Coelho y Coetzee departen y comparten en el estante, en la letra C). Por otro lado, los autores que me han conmovido guardan algo en común: yo. Son disímbolos. Y si busco mucho podría pensar que entre Coetzee, Vila-Matas y Borges hay cierto tufillo, una literatura plagada de referencias o un Kafka que asoma la nariz; y quizá lo maravilloso en García Márquez tenga otra forma de vida en Bradbury.
III Orhan Pamuk. El novelista ingenuo y sentimental. Dice “En las novelas bien construidas todo está relacionado con todo lo demás, y esta red de relaciones crea, por un lado, la atmósfera del libro y, por el otro, señala su centro secreto...”  “El lector de novelas literarias sabe que cada árbol del paisaje –cada persona, objeto, hecho, anécdota, imagen, recuerdo, información y salto en el tiempo– está ahí para resaltar el significado más profundo, el centro secreto que se halla en algún lugar bajo la superficie”.
IV Por ejemplo: Anna se llamó la esposa de Dostoievski y el personaje femenino de Coetzee. Pável, personaje los Karamazov y de Coetzee. Maximov es el terrateniente de Los Hermanos Karamazov y el policía de Coetzee.
En el Diario de un escritor, Dostoievski se refiere constantemente al maltrato de niños y jóvenes, y a los suicidios. En el prólogo Víctor Gallego Ballestero apunta: “Los casos que más interesan al escritor son, desde luego, los relacionados con los malos tratos infantiles y con el suicidio”. En este Diario –versión Kindle- observé cincuenta y cuatro veces la palabra suicidio-suicida, la mayoría relacionadas con jóvenes.
VI http://www.solidaridad.net/educacion-y-solidaridad/index.php/19-biografia-de-dostoievski
VII En una carta incluida en Diario de un Escritor, Dostoievski dice: “Entre los sucesos descollantes que han podido influir en mi narración ha de incluirse el célebre asesinato de Ivánov por Nescháyev, en Moscú”. Los hechos de Demonios constituyen el mismo marco de la novela de Coetzee.
VIII http://elpais.com/diario/2002/11/30/babelia/1038616750_850215.html
IX Las críticas neomarxista, neohistoricista, feminista y similares deforman la literatura, la colocan al servicio de una ideología; es indudable, sin embargo, que la vida del autor, sus circunstancias, con ello quiero decir que influyen en su obra el peso de sus penas emocionales y sus miserias afectivas, la moldean, la deforman, la conducen por vericuetos a veces extraños, a pesar de él mismo. A veces la usa para ir contra ella, a veces a favor, a veces para eludirla, pero siempre está presente.
Infancia, Juventud y Verano, tres libros que cuentan su vida desde una cierta distancia, como si fuera a hablar de otro. Verano es un supuesto cuaderno de notas de Coetzee, del cual parte un periodista para entrevistar a cuatro mujeres y un hombre, acerca del escritor ya fallecido John Coetzee.
XI http://www.youtube.com/watch?v=1CGf-rNoSbQ
XII http://www.javiermarias.es/COETZEE/coetzeenobel.html

martes, 25 de marzo de 2014

De lecturas

Decía Borges que es fácil leer –me atrevo a decir: valorar, enjuiciar– los libros de los siglos XVIII, XIX, incluso de la primera mitad del siglo XX, pues ya el colador del tiempo tamizó los textos y nos ofrece bien definidos a los autores pero, cómo saber si vale la pena dedicar nuestro tiempo –tan escaso, único, velozmente huidizo– a leer libros de nuestros contemporáneos, que quizá dentro de unos cuantos años serán buscados sólo por los estudiantes de letras, exigidos por algún despistado maestro.

¿Son las ventas buen criterio para seleccionar un libro? ¿Deberíamos de obedecer los dictados y recomendaciones del afamado crítico que desde su espacio en una revista mensual y desde sus gustos personales, amistades, compromisos económicos y con editoriales aplauden o destruyen? ¿La publicidad en la TV y la entrevista en el programa de radio con difusión nacional? Ignoro la receta. El mismo Borges suponía que hay autores que sobrevivirán, como Dino Buzzati. ¿Y quién es Buzzati, me pregunté desde la trinchera de mi ignorancia al leer el prólogo a El Desierto de los Tártaros, escrito por el argentino poco antes de su muerte?

Además, es imposible haber leído todo, conocer a todos los escritores de todos los tiempos y de todas las geografías. Quien diga lo contrario, miente. En mi juventud leía a José Revueltas, hoy casi en el olvido. Por cierto: ¿quién lee en estos días a Juan Ramón Jiménez?

A fin de cuentas uno lee lo que le gusta, lo que disfruta, lo que necesita, lo que le obliga la escuela, la recomendación del amigo cuya capacidad e inteligencia estimamos. Se puede seguir el Canon de Bloom, dedicarse a un género o sumergirse en autores (es mi forma preferida de leer, encontrar un autor que me conmueva y buscar todos sus libros, aunque muy a menudo son disparejos).

En los últimos quince años encontré autores que leo, releo, busco y me produce una gran alegría encontrar algo nuevo o cuya existencia ignoraba: por ejemplo Coetzee, Vila-Matas, Philip Roth, Saul Bellow, Julian Barnes, Ian McEwan, Paul Auster, Leonardo Sciascia, Javier Marías, Sergio Pitol, Tony Morrison, Peter Hanke. Es probable que la lista sea un poco más grande, pero no mucho. Es una lista personal, de poca utilidad para nadie. Cada quien tendrá sus listas, cada lista se modificará con el tiempo personal, la vida misma y las lecturas.