lunes, 22 de julio de 2019

Roberto Fernández Retamar



En la Habana tuve un breve, pero muy agradable encuentro con él. Estaba de vacaciones en Cuba con Queta, con mi madre, mi cuñada Luzma y su esposo René. Al entrar al salón del hotel Riviera, donde nos hospedaríamos, para recibir las indicaciones del tour y un par de mojitos bien cargados de ron, me sorprendió ver a Anabel, una amiga de la adolescencia. Iba a visitar a Esmiro, a quien conoció en un viaje anterior y se enamoró de él. Creo que era la quinta vez que iba a verlo. Ambos nos llevaron a conocer varios lugares, entre ellos el Bar Floridita, ya que tenía ganas de conocer el famoso embriagadero de Heminguay.
Entramos, nos sentamos y pedimos un daiquirí para celebrar. Dábamos fin a la bebida cuando Esmiro señala a la puerta y dice: “Mira quién está ahí, saliendo”. Como no conocía ninguna fotografía del poeta, sólo un par de sus libros, en particular sus ensayos, no supe de quién me hablaba. Dos hombres nos daban la espalda en la puerta.
“Es Roberto Fernández Retamar" –añadió.
“Carajo –le dije--, cómo me hubiera gustado saludarlo”.
“Aún es tiempo, vamos" –respondió Esmiro.
Salimos del bar de prisa. Era pleno verano, el sol caliente del mediodía atormentaba en la calle.
“Allá va" -dijo Esmiro, y apuntó con el dedo a dos viejos que caminaban despacio, en plena conversación, a unos treinta metros de distancia, a la sombra de unos vetustos edificios.
Los alcanzamos, Esmiro se dirigió a él con soltura, le explicó que yo era mexicano, que conocía su trabajo y que deseaba saludarlo. Respondió cordial y alargó su mano hacia mí, charlamos unos minutos: me dio la impresión de ser un hombre muy amable, educado y receptivo. Le comenté que escribía y que había fundado una revista literaria, modesta y provinciana, que sobrevivía a duras penas. Se entusiasmó. Me preguntó por ella y si podría ir a Casa de las Américas, donde era el director, para obsequiarme la revista.
Al día siguiente me presenté con mis acompañantes en el sitio, donde me recibieron con atención. Estaban enterados de que estaría por ahí y me dijeron, de parte de Roberto Fernández, que deseaban un intercambio permanente de las revistas. “Por supuesto” –respondí-, y salí cargado de revistas y libros rumbo al hotel.
Durante muchos cumplió con el envío de Casa de las Américas a mi casa, que era el domicilio de nuestra revista, incluso cuando suspendimos los envíos de A Quien Corresponda por falta de dinero. 
Pienso que, si me hubiera dado cuenta en el bar de que él estaba ahí, le habría invitado a nuestra mesa. 
Pienso en lo que pude hablar con él. 
Pienso que su amabilidad era tal, que me habría gustado como amigo.
Ahora que ha muerto, a los 89 años, lo recuerdo con este poema suyo:

Felices los normales

A Antonia Eiriz

Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

Roberto Fernández Retamar


PD. Por cierto, Fernández nació en 1930, este asunto ocurrió en 1992, de modo que ese año tenía 62, la edad que ahora tengo yo. Supongo que no era tan viejo.