Kafka no se atrevió
Lo leí con placer y
curiosidad en la adolescencia, pero no lo digerí como es debido, aunque es muy
probable que no exista una forma debida de digerirlo: cada quien, y en cada
momento de su vida, lo digiere a su modo, inmerso en su contexto y en el
mundillo de las ideas que van y vienen por sus neuronas.
Para excusarme diré que era muy joven, estudiaba preparatoria y las novelas y cuentos del praguense se evaporaban en mis manos, echado en la cama mientras atardecía y luego anochecía, sin sentir ni el paso del tiempo ni el peso ardor del verano, sin darme cuenta de que la luz declinaba y me obligaba a acercar más el libro a la nariz. Ahora he vuelto a Kafka, repito, para reconocer que su visión de la literatura y la manera en que vivimos en mi país, México, son compatibles.
Sé
que es un lugar común, pero es la realidad.
Philip Roth repasó el
diario del praguense y escribió un artículo: Si hubiera sobrevivido no existirían sus libros, que
instruyó destruir, pensó el escritor norteamericano.
Kafka pidió dos veces
a su amigo Max Brod y por escrito que quemara todo:
"Quema sin leerlos absolutamente todos los manuscritos, cartas propias y ajenas, dibujos, etcétera, que se encuentren en mi legado (es decir, en cajas de libros, roperos, escritorios de casa y de la oficina, o cualquier otro sitio donde pueda encontrarse algo y te llame la atención), así como todos los escritos o dibujos que tú u otros, a los que debes pedírselo en mi nombre, tengan en su poder. Deben al menos comprometerse a quemar en persona las cartas que no quieran entregarte”. En las notas del diario de Kafka predominan las dudas y la inseguridad. Leo mal, mi lectura es inadecuada -piensa-, se dice a menudo y objeta la manera en que escribe y el uso de ciertas palabras. Padecía de inseguridad y de insomnio. Una nefasta combinación. La inseguridad te lleva a dudar de ti y de lo que dices y lo que haces y te pasa la factura a la hora de dormir y al no dormir arriban las tortuosas obsesiones, los supuestos errores del día y de la vida toda, que luego, al día siguiente, parecen risibles, pero que ya te estropearon la noche y, por tanto, el día.
¿Esas dudas le impidieron
destruir sus obras?
Sus biógrafos dicen
que Kafka era muy autocrítico. Que a menudo se refería a sus escritos como
"garabatos", pero ¿por qué no los quemó él mismo, si estaba tan
seguro de que no valían la pena?
¿Por qué no se tomó una tarde cuando aún tenía fuerza en el cuerpo y se puso a romper hoja por hoja sus cartas, sus cuentos, las novelas a medias, sus diarios, y echó todo en una lata, los roció con queroseno y les echó un fósforo encendido?
Quizá porque sería
sentarse a despedazar su propia vida. ¿Hubo un atisbo de clarividencia que le
decía no, no partas en pedazos tus escritos, hay algo importante en ellos,
deja que lo haga otro, que el destino haga su trabajo?
Pienso que no estaba
tan seguro de que su obra era el bodrio que decía.
Y Brod, el designado
para aplicar el Fahrenheit 451, no se atrevió.
Lo celebro.
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