sábado, 6 de enero de 2018

El imperio de Sam

Guillermo Lavín


[NB: El 14 de diciembre pasado, mientras escombraba la basura acumulada durante lustros en mi estudio, encontré unos sobres amarillos con fotos de personas que no sé quiénes son; muchas otras fotos, donde sí sé quiénes son, pero que no me interesa conservar, y diversos recibos y documentos ya inútiles, recortes de periódicos engomados en papel bond que alguna vez fue blanco. Extraje del archivero varias carpetas añejas donde resguardé artículos, cuentos, poemas y crónicas que publiqué en periódicos locales. En la marea de cosas destacó un recorte de periódico que desconocí por un instante, titulado El Imperio de Sam. ¡Por supuesto! -recordé de golpe-, era un comentario que publiqué la vez que Willy Samperio presentó en Ciudad Victoria su libro Gente de la Ciudad. Un rato después, Facebook me recordó que hacía un año, ese día 14, murió mi tocayo. Por eso, y vista la casualidad de reencontrarme con este texto en dicha fecha, lo subo al blog, en reconocimiento a su labor como cuentista excepcional, al amigo que fue y al maestro de quien aprendí, pues lo que escribí entonces, lo suscribo ahora.]


Conocí a Guillermo Samperio a principios de 1981. Cargaba unos veinte kilos más bajo la ropa y escondía la cara atrás de una espesa barba. Al principio lo consideré un hombre triste; supuse que alguna melancolía lo rondaba. Nuestras primeras conversaciones ajenas a la oficina fueron en la cafetería de la librería El Juglar, al sur de la Ciudad de México. Me recomendó lecturas y charlamos largo y tendido. Me contó de sus andanzas en la izquierda, su oficio de dibujante y de corrector de estilo, su formación en talleres literarios, donde destacaba los de Tito Monterroso y Arreola. Me di cuenta de que no es un hombre triste ni melancólico. Su mirada es engañosa. Es meditativo y observador agudo, con un sentido del humor que confunde; casi nunca se sabe si habla en serio o en broma. Sin embargo, en sus textos no hay dudas. El humor negro, la picardía desenvuelta y la palabra justa matizan sus trabajos. En los primeros libros ––Cuando el Tacto Toma la Palabra, Fuera del Ring, Miedo Ambiente–, Samperio usó el hacha para atacar la injusticia, con ganas de evidenciarla. En los últimos libros –Textos Extraños y Gente de la ciudad–, cambió el hacha por el estilete.

Rastrear su obra es viajar por el rock, el '68, la protesta investida de mezclilla, morral y huaraches; la fantasía desbocada, el futbol, el box, el sexo y, ahora, por una ciudad que, para donde tiendas la vista, enseña concreto encantadoramente agrietado. Guillermo se siente orgulloso de ser defeño, ahora que tantos reniegan de su ciudad. En noviembre de 1982, Samperio participó en una mesa redonda sobre La Creación Literaria y la intimidad del Escritor, en Coyoacán. Ahí dijo que: "En un escritor el gusto de la escritura debe tender a ser diverso, en especial en lo que a los cambios formales se refiere". Afirmó también que, si el lector evita la copia, "habrá de nutrirse necesariamente de otras fuentes. Estas tienen que venir del entorno sociocultural que rodea a la escritura". Y su entorno es, sobre todo, la Ciudad de México.

Guillermo Samperio aplica sus hipótesis a sus textos: recoge su entorno y juega con él dándole formas a veces inauditas, desde la minificción hasta cuentos que habitan cuentos. En cuanto la mirada peculiar que posee Samperio, me gustaría recordar algo que aseveró Thomas De Quincey hace unos ciento sesenta años, refiriéndose a la incapacidad del individuo común cuando intenta dibujar con perspectiva: "En todos los casos esa persona, a menos que haya observado en los cuadros la manera como los artistas logran tal impresión, será del todo incapaz de acercarse en lo más mínimo al efecto deseado. ¿Cómo explicarlo, si es algo que ha visto todos los días de su vida? La razón es que permite el predominio de su inteligencia sobre sus ojos". La concepción literaria de Samperio coincide con De Quincey: el olor de una mujer, el color de las hojas de un árbol, la frialdad de un espejo. En sus manos, los sentidos toman la palabra, confronta una realidad tortuosa con su singular sentido del humor y produce imágenes imposibles, dulces, tiernas y feroces. Pareciera como si su propósito fuera el trasladar al lector de la metáfora a la dura realidad.

El oficio de transitar a diario en el escaso espacio que brinda la página entre letra y letra le permite a Guillermo arrancar al lector interés, curiosidad, ternura, desconcierto, sonrisas; nos entretiene a la manera que definió Felisberto Hernández: "Tanto en las trampas del arte como en las trampas de la ciencia, hay grandísimas emociones y la emoción es, precisamente, el queso de las trampas de entretenerse". Y es que cuando el cuento arranca no sabemos qué pretende, a dónde nos conducirá. Son textos que padecen de esa extraña lógica que demuestra que dos más dos no siempre suman cuatro.

Gente de la Ciudad toma el pulso a lo cotidiano, nos recuerda que cualquier constelación habita en un punto. Contiene seres extraños que podríamos ser tú y yo, crónicas que simulan cuentos y al revés, prosas de confesión poética como la “Complicada Mujer de Tarde", terribles como un “Retrato con Jacaranda”, siluetas tiernas como el “Hombre de Negro”; se pasean los burócratas y el vendedor de camotes emite un silbido que pregona tristeza; deambulan las miradas en los traseros muy mirados; hay patronas y sirvientas, mota y cigarrillos Benson, wiski, alcohol de botica y hasta un prólogo cuya fe de influencias sorprende al más aguzado, pues ahí mismo coloca el primer sebo, el buen queso de Felisberto.

Samperio sabe escribir con perspectiva, siente lo que otros no ven, aunque pasen a un lado, y pone el queso para que el lector caiga. Con Gente de la Ciudad Guillermo Samperio confirma lo que Juan Rulfo dijo a UNOMASUNO, entrevistado en 1981: "Tenemos esperanzas en jóvenes que van a dar el ejemplo de la literatura de mañana". En esa ocasión, el primer nombre –entre varios escritores jóvenes– que vino a la memoria de Rulfo fue, precisamente, el de Samperio. Y creo que tenía razón.


Publicado en el periódico La verdad, de Ciudad Victoria, Tam. Miércoles 26 de septiembre de 1990. Sección Cultural.

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