lunes, 18 de mayo de 2015

Cheever, el diario y Farragut

Los últimos años he leído diarios de escritores. Algunos son intensos, una delicia, no sólo por el oficio de quien lo escribe, sino porque muestran las costuras de su escritura. El Cuaderno Gris de Josep Pla, Diarios de Franz Kafka, de Fernando Pessoa, por ejemplo. Algunos son de tamaño descomunal, como La vida de Samuel Johnson o el de Robert Musil, cuyo primero de dos tomos tiene más de ochocientas páginas de letra minúscula; otros son más breves, como el de Jules Renard y el de Andre Gide, o francamente pequeños, como el que compré de Pessoa en una feria del libro en la Plaza de la Constitución de Querétaro.


Soy un desastre para leer. Empiezo un dietario, lo suelto y tomo otro, y otro más, y al paso de los meses veo que avanzo en todos, que los subrayo y con letra agazapada e indescifrable, incluso a veces para mí, dejo escrito en el margen algo que pensé, que debatí, que me iluminó durante la lectura. Quiero leer todo de una vez. Sé que la vida no me dará el tiempo suficiente. Quizá por eso.

Recuerdo el momento cuando me topé en la librería Gandhi de Querétaro con los Diarios de John Cheever (1912-1982), editado por Emecé, encuadernado con tapas duras e impreso en papel cultural. Ha de estar carísimo, pensé, de los que no bajan de quinientos pesos. Lo saqué del estante con el deseo inmediato de comprarlo y el temor al precio. Y vaya sorpresa: noventa y nueve pesos.

Es el único que no pude soltar. Una vez iniciada la lectura, se apoderó de mí la urgencia de continuar. El tono, la calidad del texto, la presencia de los conflictos emocionales lo vuelve tan legible como una buena novela. Aclaro que, según el editor, es sólo el veinte por ciento de lo que escribió a máquina y a mano. Podar el texto original debió de ser un trabajo abrumador.

Desde el primer párrafo se evidencia el talento del escritor: “En la madurez hay misterio, hay confusión. Lo que más hallo en este momento es una suerte de soledad. La belleza misma del mundo visible parece derrumbarse, sí, incluso el amor. Creo que ha habido un paso en falso, un viraje equivocado, pero no sé cuándo sucedió ni tengo esperanzas de encontrarlo”.

Uno de los aspectos fundamentales de los Diarios es el proceso que sigue para animarse escribir, a lo largo del tiempo, de su homosexualidad. Reprimida en principio, tratada con sutileza en sus primeros cuadernos, hasta que gana terreno y decide hablar de sus asuntos personales con mayor soltura. La novela Falconer (1977) es una de sus obras más acabadas, donde trata el tema con brillantez y sin temores, aunque también con un gran talento para no ser evidente, un tratamiento sutil empodera al libro.

Exhibe su necesidad de escribir, la ansiedad por tratar esos temas íntimos que lo persiguen y sus afanes por lograr una obra importante: “Si escribo prosa narrativa, como hago a veces, debo aceptar estas limitaciones. No es posible que cada línea sea un clamor del corazón tallado en piedra. Pero me rebelo contra el lenguaje común, la cualidad de relleno que encuentro en mi obra, y trato de escapar… Pero puesto que no nací con un acento fuerte, debo hacer lo que pueda con lo que tengo[i].

Las preocupaciones personales siempre lo atormentaron. Paulatinamente avanzan las referencias, el escritor se atreve. Cuenta aventuras imaginarias con hombres y se justifica diciendo que sólo son fantasías. Pero algún momento se vuelven reales y escribe sus aventuras y sus dolores espirituales, rechazarse. Hay en él una disyuntiva brutal. “Este cambio y movimiento –escribe– parece apaciguar o curar mis ansiedades homosexuales, y contemplo alegremente la gente que va y viene[iii]. El libro transita de expresiones duras a tonos poéticos. Salta de sus obsesiones sexuales a sus obsesiones escriturales. “Era el año en que todo el mundo en Estados Unidos estaba preocupado por la homosexualidad. También había otros motivos de preocupación, pero mientras estas ansiedades eran objeto de artículos, discusiones y publicidad, las referidas a la homosexualidad permanecían ocultas y tácitas. ¿Lo es? ¿Lo fue? ¿Lo hicieron? ¿Lo soy?[ii] Nos cuenta cómo preparo algún relato, exhibe su oficio, piensa que es un tragedia que los hombres seamos incapaces de ayudarnos, de comprendernos.

Vivió mucho tiempo de sus cuentos, que le publicaba el New Yorker, y sufrió lo indecible para volverse novelista. Se cuenta que su primera novela fue rechazada por el editor; al volver a casa tiró el manuscrito al tarro de basura en una estación de tren y se fue a escribir cuentos, pues necesitaba pagar las facturas de su hogar.

Un día necesitó más dinero, así que presionó a The New Yorker para que le pagaran más, y como le negaron el aumento, consiguió que le quintuplicaran el pago en revistas menos importantes. Publicó, entonces, en otras, incluida Playboy, asunto que tensó su relación con sus editores de siempre.  Era un autor productivo y brillante, reconocido, en plenitud. Los editores de revistas se peleaban sus historias. Tan sólo The New Yorker le publicó 121 cuentos a lo largo de su vida. Él, en la intimidad, admiraba a William Faulkner y lo releía.

Cuenta su hijo Benjamín que su padre consideró publicar sus Diarios en vida, se los ofreció a leer, incluso, buscando una opinión --creo que supuso que al dar a conocer al público su vida íntima podría afectar a sus hijos; al solicitar a Benjamin que lo leyera buscaba en realidad el filtro familiar, la aceptación del riesgo, compartirlo--. Coincidieron en que sería mejor que se editaran después de su muerte. Para entonces su familia estaba al tanto de su bisexualidad y su esposa, Mary Winternitz, soportó pacientemente sus largos años de alcoholismo y sus aventuras sexuales.

Desde que leí los Diarios deseé leer Falconer. Poco antes de que Modiano recibiera el Nobel, encontré en Amazon la versión digital. Trata de un profesor adicto a la heroína, que proviene de una familia adinerada venida a menos. Va a dar a la cárcel por haber asesinado a su hermano. En la reclusión descubre su homosexualidad cuando se enamora. Farragut, el personaje central de Falconer lo conoce en la regadera. Advierte que un joven del­ga­do, de ca­be­llo negro le sonríe. Es Jody. Farragut hace de él su mejor amigo y luego su amante. Más tarde se pregunta: “¿por qué deseaba tanto a Jody cuando había pensado tantas veces que su papel en la vida era poseer a las mujeres más hermosas? Las mujeres estaban en posesión del mayor y más gratificante de los misterios. Había que abordarlas en la oscuridad, y, a veces, aunque no siempre, poseerlas en la oscuridad. Eran una esencia, fortalezas sitiadas que valía la pena conquistar y, una vez conquistadas, de ellas manaba el botín”.[iv]

Farragut se fuga, olvida su vida anterior y descubre que puede vivir de otra manera, conforme a sus intereses y deseos. ¿Será cierto que ésta es la novela de su autoría más amada por él? Eso dice una nota del editor. Preso, Farragut sufre carencias, el abandono de su bellísima esposa, la pestilencia de las heces y la orina, la necesidad urgente de consumir heroína, la suciedad y los abundantes gatos y ratas, la depresión, la corrupción. ¿Es Farragut el alter ego de Cheever? ¿Han perdido,  autor y personaje, todos sus miedos?  Sus diarios son una lectura tan recomendable como sus novelas y cuentos, pero es indudable que la lectura de sus pensamientos más íntimos permite leer su obra creativa con otros ojos.

Un asunto curioso: En su juventud, expulsaron a Cheever de la Academia Thayer por fumar. Ahí culminó su educación formal. En la página de Wikipedia correspondiente a dicha academia mencionan entre sus alumnos notables Cheever, ganador del premio Pulitzer. Como los políticos que apoyan con miserias a los deportistas, pero se fotografían con ellos cuando ganan la medalla.


[i]
 Diarios. John Cheever. Ed. Emecé. España, 2006. P. 161.
[ii] Ibid. P.159
[iii] Ibid. P. 175
[iv] Falconer. John Cheever. Edición digital: RBA Libros, S.A., 2013. Barcelona, España. P. 144





viernes, 13 de marzo de 2015

Aprovecho un momento libre y dejo una nota


Releo los Diarios, de John Cheever. 

Minutos después abro un libro de Rodrigo Fresán, autor que quiero conocer: La parte inventada. Arranca con un epígrafe de Cheever: "La literatura no es autobiografía en código, y no es acontecimientos reales. No estoy escribiendo mi autobiografía y no escribo cosas según me sucedieron, excepción hecha del uso de ciertos detalles: tormentas y ese tipo de cuestiones. No, no es nada que me haya sucedido. Es tan sólo una posibilidad. Es una idea". ¿Se curaba en salud? Su bisexualidad se refleja en varios de libros, Falconer, por ejemplo, y en los Diarios se despliega, poco a poco, de la auto represión hasta volverse franca. 

Por otro lado, la vida está hecha de coincidencias, como la de Cheever y Fresán, y de voluntades. La voluntad de cada quien: se propone abrir una confitería, estudiar derecho, comprar una escalera y pintar el muro de la casa. O bien coinciden dos personas del mismo pueblo, que no se ven desde hace cuarenta años, en Brujas, comprando chocolates rellenos de cereza. Se detestan mutuamente o se conocen poco, o fueron grandes amigos en la adolescencia. Ahora se sorprenden de encontrarse ahí y se abrazan, comentan la tremenda casualidad, dicen que sería bueno ir a comer juntos, a cenar, pero no lo hacen, están nerviosos, como si los hubieran atrapado cometiendo un ilícito. Se despiden luego de pagar sus cuentas respectivas y salen a la calle con su bolsa de chocolates en la mano. Sonríen.

¿Qué pasa cuando se reúnen voluntades y coincidencias? Ricardo Piglia cuenta cómo en dos épocas encontró cartas interconectadas, de dos emisarios desconocidos para él, en recovecos de dos hoteles diferentes.  Quiero creer que intentó un cuento, sintió que no era creíble y lo sacó a la luz como si fuera un hecho verdadero. Y de tan increíble se vuelve real. Paul Auster es la suma de coincidencias. ¿Por eso me gusta tanto su trabajo?


El juego de fingir coincidencias, diría Borges.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Una decisión, una mancha que permanece

"Hacer el bien a los demás, empujar la rueda del progreso, y no pasar como una sombra vana que no deja huella alguna a su paso", escribió André Gide en su Diario, el 15 de mayo de 1888. Apenas lo había iniciado el 18 de febrero. Como fundador de Gallimard rechazó un manuscrito: En Busca del Tiempo Perdido, de Proust. Luego se lamentó, se disculpó, le envió cartas exhibiendo su vergüenza. Amistaron, pero Marcel nunca lo perdonó del todo. 

El mundo de la literatura lo recuerda como un error, una mancha en el expediente del escritor y editor que no supo reconocer uno de los más grandes talentos de la literatura mundial. Cómo pesa en la biografía de Gide un asunto, una decisión circunstancial, un instante. 

lunes, 9 de febrero de 2015

La dimensión poética de Gloria Gómez Guzmán



Guillermo Lavín

El Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Tamaulipas reconoció este fin de semana a Gloria Gómez Guzmán como Creadora Emérita. No cabemos de gusto. Este reconocimiento se tardó mucho en llegar, si alguien lo ha merecido desde que se fundó el programa, antes llamado Fondo para la Cultura y las Artes, es Gloria. Para celebrarlo, comparto este texto que escribí para un reconocimiento que le dieron en Monterrey, creo que en el 2007, y que luego fue prólogo, para mi orgullo, de  una antología de su obra.  

No me resulta fácil

La cercanía, la amistad, el haber recorrido juntos algunos trechos y sueños en la promoción cultural me dificultan hablar de su obra y su persona. Se confunden en mi memoria algunos poemas con esos momentos, recuerdo unos textos más que otros, quizá porque tuve la oportunidad de releerlos un poco más, sobre todo aquellos que tuve la suerte de diseñar para una revista literaria, A Quien Corresponda, donde ambos buscábamos abrir espacios a las letras, tan reducidos siempre.
Así, creí que sería mejor seguir un camino irregular, algo así como un conjunto de notas, cuya único hilo conductor sería Gloria.

Gloria es poeta

No intento decir algo que es obvio: ustedes y yo sabemos que escribe poesía. Me refiero entonces a que ES poeta. Diría que llega al extremo de vivir como poeta. Un tanto solitaria, con sus libros y sus gatos, que tanto defiende. Esos gatos son a menudo un inmenso obstáculo a la amistad. Ella viene a veces a Ciudad Victoria y llega a nuestra casa. Pasamos un par de días muy bien, conversamos e intercambiamos noticias de los conocidos, algunos desconocidos, y otros que quisiéramos ver muertos. Pero hay un momento en que a ella le brinca el recuerdo de sus gatos y le sacude la urgencia de volver a su casa. Qué tal si les falta agua o uno de ellos tiró al suelo el alimento y están sufriendo. A partir de ese momento ya no está en paz. Se tiene que ir. Y se va.

El Grupo Tampico

Conste que no me refiero al poderoso grupo económico, del que algunos dicen que fue artífice del ascenso de Fox, hablo del otro grupo Tampico, uno que se formó en los años setenta en torno a un taller literario conducido por el escritor Armando Adame --quien arribaba de SLP periódicamente--, tuvo dos miembros que destacaron de inmediato: Gloria Gómez Guzmán y Arturo Castillo Alva. Ambos eran escritores y eran también pareja. Formaban parte también José Guadalupe Galicia, Roberto Perales y Víctor Palacios.
Del trabajo publicado en un cuadernillo por este grupo, Carlos Gonzáles Salas dijo que, para su gusto, “es Gloria Gómez a la que yo encuentro más profunda y definida, la más hecha de los jóvenes poetas tampiqueños… muestra con toda transparencia la conciencia de una generación mirando a su tiempo y a su alrededor”[i].
Si hubiera que definir de alguna manera estos dos escritores –Gloria y Arturo--, parafraseando un título inédito de Gloria, opinaría que escribían zurdo. Ella transitaba entonces su década de los veinte, tenía una hija, y había recibido por toda herencia un país vencido y pobre, velado por la demagogia y la dictablanda presidencial, un país que negaba oportunidades a su gente. Sin remedio, Gloria tuvo que mirar a otro lado para forjarse una ilusión.

Déjenme mostrar unos fragmentos que lo reflejan:

Es terrible ser pobre
termina uno siendo mezquino
si se es egoísta
destructivo y además pobre
uno es un desastre
(sobre todo para otros pobres
especialmente para uno mismo)
…..
A los pobres de ahora no les han dejado ni la ira [ii].


Aunque debo decir que Gloria, mujer inteligente, con una carrera universitaria, culta, siempre ha tenido lo que cualquiera llamaría buenas oportunidades laborales. Pero no le interesaron entonces ni le interesan ahora: ella está segura de que interfieren con su libertad creativa. Así que sólo toma lo necesario. Y creo que tiene razón. Aunque tal vez también se negó a esas oportunidades porque en el fondo de su corazón, si le llegara un costal de dinero o de fama, se sentiría culpable.

Los títulos innecesarios

Conocí a Gloria gracias a mi hermano Jesús. Estudiaron juntos en la facultad de Derecho, en Tampico, en los años setenta. Por supuesto que yo coincido con ustedes: ella no parece abogada. Ni lo es. Ni intenta serlo. Ahora es investigadora y maestra en la antes llamada Facultad de Música.
Por mi parte, no podía imaginar aquel mediodía, cuando me llamó mi hermano por teléfono para pedirme que recibiera a una gran amiga y compañera suya de sus días de estudiante, que estaba a punto de conseguir una amiga para siempre. Ella había pasado a saludar a Jesús. Algo comentaron, creo que buscaba publicar un libro de su compañero Arturo Castillo Alva. Yo trabajaba en el Instituto Tamaulipeco de Bellas Artes y tenía a mi cargo un programa editorial. Después de conversar un rato, me di cuenta que estaba ante una mujer extraordinaria. Poco después leí su primer libro. Desde entonces pienso que es una de las poetas mexicanas más importantes. Y si Gloria no es más famosa, es porque a ella no le interesa.
Gloria mantenía, cuando la conocí, una actitud combativa hacia la vida, pero sufría –usaré un adverbio que a ella le gusta mucho usar en la charla-- horriblemente. Todos los males del mundo y del país, de la región y la ciudad y del barrio eran sus propios males. La angustia se le reflejaba en el ceño cuando se tocaban esos temas en la conversación nocturna sazonada  con una bebida.
Esa perspectiva se refleja en el contenido de los primero poemas, pero también en el rechazo a las mayúsculas, a la manera de dividir palabras, en los poemas sin título. En la nota introductoria de su libro primer libro No eran la epopeya de estos años nuestros días (UNAM, Punto de Partida), Miguel Donoso Pareja afirma que Gloria sale de lo personal y se sitúa en contexto. Su condición sexual, su pareja y su familia, la ciudad, el maldito dinero (eso no lo dice él, lo digo yo), con fraseo inquieto, nervioso. Por mi parte le pregunté a Gloria por qué rehuía poner títulos a los poemas. La mayor parte están fechados: sep 78; oct 79; una dedicatoria por aquí, otra por allá, pero casi no hay títulos. Ella se encogió de hombros, sonrió como niño atrapado con la mano en el frasco de galletas y me respondió: No son necesarios. Tardé tiempo en comprender el sentido de la respuesta. No son necesarios. Creo que me estaba diciendo que hay muchas cosas en la vida que salen sobrando, que esas cosas más que dar, nos limitan; y ella eligió, desde temprano, deshacerse de lo innecesario. Ni siquiera las considera: no son necesarias.
Incluso en la dedicatoria de su primer libro corta las frases de manera arbitraria. Ella estaba, así lo percibí, colocando la primera piedra de su edificio poético; con ella aclaraba que debía liberarse de todo lo que no fuera estrictamente necesario: las mayúsculas, las comas, los puntos, los cortes, los títulos. Gloria siempre ha rechazado los títulos, sin importar si son universitarios, honoríficos, de nobleza o literarios.

¿Pesimista?

No hace mucho, durante una entrevista publicada en el periódico La Jornada, César Güemes le comentó que en su poesía “hay un muy perceptible tono de pesimismo”.  Ella respondió que sí, que antes, pero que ya no. Que el libro Aguamala es diferente, si no optimista, sí de resistencia, pues ahora ya sabe para qué sirve la palabra, y es una resistencia que no le impide disfrutar el lado amable de México. Por supuesto que coincido con ella, pero además quisiera añadir algo: en Aguamala se desborda una vertiente que se anunciaba desde los primero poemas, pero que quizá necesitaba tiempo para ser decantada. Quienes tenemos la oportunidad de ser sus amigos conocemos su fina ironía, su lado chacotero, la perspicacia con que valora a la gente, su sentido del humor,  que, por fortuna, no es venial. Es intenso y suele ser negro. Y también suele ser poema.
¿Que hay pesimismo? Unas veces. Otras es coraje y desesperación, lamento y dolor, angustia, encabronamiento. También hay ganas de luchar y hay amor por la vida, por la hija, por la gente, por la esperanza. En un poema dice:

Nosotros
padres melancólicos de ahora
que huyen de las multitudes ciegas en la calle
nosotros
pobres poetas de aquí
no entregaremos las armas

o bien en otro lado

ah  poeta
castillo de salsipuedes
de vuelta la misma
-amar es combatir-
sucia historia

Si yo tuviera qué escoger, me quedaría con su sonrisa irreverente, por ejemplo:

Y qué tal si les escribo
el poema del siglo

qué pensaría mi hija
mis amigos  la vecina
mi propia madre

qué tal si les obsequio
la carga de mis culpas

qué tal eh?

Gloria asomó desde el principio un singular humor sedicioso, que luego mostró su pasaporte en el libro Litoral Sin Sobresaltos y que finalmente se desbordó en Aguamala.
Días más o menos, cuando publicó Aguamala, dijo públicamente que ya no quería escribir. En privado, insistió. Yo no le creí. No porque sea mentirosa, al contrario, es muy clara y honesta, sino porque, cuando alguien tiene tanto talento y carga tanto qué decir, le resulta ineludible volver a la pluma. Poco después me mandó el original de su primera novela Las mujeres zurdas bailan suelto, aún inédita.

Otras cosas

Gloria es muchas cosas: una novela inédita, discos donde cantan sus poemas, investigación regional, promoción cultural, animadora de cuates en desgracia, pero es sobre todo la persona que jamás se traiciona. Es la amiga indefectible. Es la voz mesurada que alivia las penas de los amigos. Dice Carlos Fuentes que la “amistad es la gran liga inicial entre el hogar y el mundo. El hogar, feliz o infeliz, es el aula de nuestra sabiduría original pero la amistad es su prueba”[iii]. Ignoro si el hogar donde creció Gloria fue feliz o si sólo transitó por él, una más entre un puñado de niños. Lo cierto es que lleva la amistad como un compromiso irrenunciable.
Unos cientos de kilómetros separan nuestro afecto. Me gustaría tenerla cerca y charlar más a menudo con ella. En una ocasión intenté atraerla, tentarla, a Ciudad Victoria, con una oferta de trabajo. No aceptó. No sé si porque no puede alejarse mucho del puerto o por esa natural indisposición que tiene con la cosa pública. No obstante, colaboró con el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes (ahí habríamos trabajado juntos durante seis años de haber aceptado) sin percibir salario.
Aprovecho para destacar algo más: Gloria tarda en publicar, no porque no escriba --escribe mucho--, sino porque selecciona y poda y se asegura de dar a la imprenta textos limpios, definitivos. Y otras veces, cuando ha tenido la oportunidad de publicar, prefiere abstenerse, como en esos días en que andábamos metidos en la aventura de la promoción cultural. Yo le sugería que saliera a dar lecturas, que publicara; pero ella se negaba. Estoy seguro de que era, un poco, porque no lo consideraba necesario; otro poco, por prudencia (ustedes saben cómo se desatan las pasiones y las envidias). Cuánta diferencia entre ella y algún otro escritor, cuyo nombre me reservo porque no vale la pena mencionarlo, que apenas estuvo a cargo del área editorial del gobierno de Tamaulipas, lo primero que hizo fue publicar sus propios libros.
Gloria se aleja de los reflectores literarios y desdeña los cargos públicos. Sin embargo fue solidaria con un proyecto cultural. Quizá por la amistad, quizá creyó que a pesar de estar trabajando en el gobierno éramos decentes. Quizá por todo eso.
Gloria es la amiga esencial. Es también la amante del rock, de los griegos (al menos de los clásicos), de Pound y Eliot. Sus poemas lanzan menudos guiños de complicidad.
Gloria es resumen de una época. Como muy pocos, ha sido capaz de expresar a toda una generación que miró al Che Guevara, a Cuba, como ejemplos de libertad, una generación que llevó a cuestas las represiones del 68 y del 71, que fundó partidos de izquierda mientras buscaban la palabra justa para hablar de amor, pero que también un día vieron a Fidel hacerse viejo y decir barbaridades con alucinante lucidez y que vieron caer el Muro de Berlín, y subir al poder a un anquilosado actor de cuarta en el imperio más grande de la historia. Sí, Gloria expresa a una generación que se sintió perdida, down generation, diría ella, pero que conserva una necesidad permanente de pelear por la justicia.
No se puede hablar de la poesía de Gloria tan sólo viendo aquellas líneas donde el pesimismo truena. No, la poesía de Gloria tiene la dimensión de ella misma y de una generación.
Decía Diderot que “El escritor que sobrevive a su época, es el que sabe expresarla de manera más adecuada y concreta, con el mayor relieve y talento”.
Parece que lo escribió para ella.





[i] Historia de la Literatura en Tamaulipas. Carlos González Salas. UAT. 1985. Cd. Victoria, Tamaulipas.
[ii] Antología Personal. Para quienes en altamar aún velan. Pp. 144
[iii] En esto creo. Carlos Fuentes. Seix Barral. Biblioteca Breve. p. 9