Releo los Diarios, de John Cheever.
Por otro lado, la vida está hecha de coincidencias, como la
de Cheever y Fresán, y de voluntades. La voluntad de cada quien: se propone
abrir una confitería, estudiar derecho, comprar una escalera y pintar el muro
de la casa. O bien coinciden dos personas del mismo pueblo, que no se ven desde
hace cuarenta años, en Brujas, comprando chocolates rellenos de cereza. Se detestan
mutuamente o se conocen poco, o fueron grandes amigos en la adolescencia. Ahora
se sorprenden de encontrarse ahí y se abrazan, comentan la tremenda casualidad, dicen que sería bueno ir a comer
juntos, a cenar, pero no lo hacen, están nerviosos, como si los hubieran atrapado cometiendo un ilícito. Se despiden luego de pagar sus cuentas
respectivas y salen a la calle con su bolsa de chocolates en la mano. Sonríen.
¿Qué pasa cuando se reúnen voluntades y coincidencias? Ricardo
Piglia cuenta cómo en dos épocas encontró cartas interconectadas, de dos emisarios
desconocidos para él, en recovecos de dos hoteles diferentes. Quiero creer que intentó un cuento, sintió que
no era creíble y lo sacó a la luz como si fuera un hecho verdadero. Y de tan increíble
se vuelve real. Paul Auster es la suma de coincidencias. ¿Por eso me gusta
tanto su trabajo?
El juego de fingir coincidencias, diría Borges.
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