Guillermo Lavín
El
Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Tamaulipas reconoció este fin de semana a Gloria Gómez Guzmán como Creadora Emérita. No cabemos de gusto. Este reconocimiento se tardó mucho en llegar, si alguien lo ha merecido desde que se fundó el programa, antes llamado Fondo para la Cultura y las Artes, es Gloria. Para celebrarlo, comparto este texto que escribí para un reconocimiento que le dieron en Monterrey, creo que en el 2007, y que luego fue prólogo, para mi orgullo, de una antología de su obra.
No me resulta fácil
La cercanía, la amistad, el haber recorrido juntos algunos
trechos y sueños en la promoción cultural me dificultan hablar de su obra y su
persona. Se confunden en mi memoria algunos poemas con esos momentos, recuerdo
unos textos más que otros, quizá porque tuve la oportunidad de releerlos un
poco más, sobre todo aquellos que tuve la suerte de diseñar para una revista
literaria, A Quien Corresponda, donde
ambos buscábamos abrir espacios a las letras, tan reducidos siempre.
Así, creí que sería mejor seguir un camino irregular, algo
así como un conjunto de notas, cuya único hilo conductor sería Gloria.
Gloria es poeta
No intento decir algo que es obvio: ustedes y yo sabemos que
escribe poesía. Me refiero entonces a que ES poeta. Diría que llega al extremo
de vivir como poeta. Un tanto solitaria, con sus libros y sus gatos, que tanto
defiende. Esos gatos son a menudo un inmenso obstáculo a la amistad. Ella viene
a veces a Ciudad Victoria y llega a nuestra casa. Pasamos un par de días muy
bien, conversamos e intercambiamos noticias de los conocidos, algunos
desconocidos, y otros que quisiéramos ver muertos. Pero hay un momento en que a
ella le brinca el recuerdo de sus gatos y le sacude la urgencia de volver a su
casa. Qué tal si les falta agua o uno de ellos tiró al suelo el alimento y están
sufriendo. A partir de ese momento ya no está en paz. Se tiene que ir. Y se va.
El Grupo Tampico
Conste que no me refiero al poderoso grupo económico, del
que algunos dicen que fue artífice del ascenso de Fox, hablo del otro grupo
Tampico, uno que se formó en los años setenta en torno a un taller literario
conducido por el escritor Armando Adame --quien arribaba de SLP periódicamente--,
tuvo dos miembros que destacaron de inmediato: Gloria Gómez Guzmán y Arturo
Castillo Alva. Ambos eran escritores y eran también pareja. Formaban parte
también José Guadalupe Galicia, Roberto Perales y Víctor Palacios.
Del trabajo publicado en un cuadernillo por este grupo,
Carlos Gonzáles Salas dijo que, para su gusto, “es Gloria Gómez a la que yo
encuentro más profunda y definida, la más hecha de los jóvenes poetas
tampiqueños… muestra con toda transparencia la conciencia de una generación
mirando a su tiempo y a su alrededor”[i].
Si hubiera que definir de alguna manera estos dos escritores
–Gloria y Arturo--, parafraseando un título inédito de Gloria, opinaría que
escribían zurdo. Ella transitaba entonces su década de los veinte, tenía una
hija, y había recibido por toda herencia un país vencido y pobre, velado por la
demagogia y la dictablanda presidencial, un país que negaba oportunidades a su
gente. Sin remedio, Gloria tuvo que mirar a otro lado para forjarse una
ilusión.
Déjenme mostrar unos fragmentos que lo reflejan:
Es terrible ser pobre
termina uno siendo mezquino
si se es egoísta
destructivo y además pobre
uno es un desastre
(sobre todo para otros pobres
especialmente para uno mismo)
…..
A los pobres de ahora no les han dejado ni la ira [ii].
Aunque debo decir que Gloria, mujer inteligente, con una
carrera universitaria, culta, siempre ha tenido lo que cualquiera llamaría
buenas oportunidades laborales. Pero no le interesaron entonces ni le interesan
ahora: ella está segura de que interfieren con su libertad creativa. Así que
sólo toma lo necesario. Y creo que tiene razón. Aunque tal vez también se negó
a esas oportunidades porque en el fondo de su corazón, si le llegara un costal
de dinero o de fama, se sentiría culpable.
Los títulos innecesarios
Conocí a Gloria gracias a mi hermano Jesús. Estudiaron
juntos en la facultad de Derecho, en Tampico, en los años setenta. Por supuesto
que yo coincido con ustedes: ella no parece abogada. Ni lo es. Ni intenta
serlo. Ahora es investigadora y maestra en la antes llamada Facultad de Música.
Por mi parte, no podía imaginar aquel mediodía, cuando me
llamó mi hermano por teléfono para pedirme que recibiera a una gran amiga y
compañera suya de sus días de estudiante, que estaba a punto de conseguir una
amiga para siempre. Ella había pasado a saludar a Jesús. Algo comentaron, creo
que buscaba publicar un libro de su compañero Arturo Castillo Alva. Yo
trabajaba en el Instituto Tamaulipeco de Bellas Artes y tenía a mi cargo un
programa editorial. Después de conversar un rato, me di cuenta que estaba ante
una mujer extraordinaria. Poco después leí su primer libro. Desde entonces
pienso que es una de las poetas mexicanas más importantes. Y si Gloria no es
más famosa, es porque a ella no le interesa.
Gloria mantenía, cuando la conocí, una actitud combativa
hacia la vida, pero sufría –usaré un adverbio que a ella le gusta mucho usar en
la charla-- horriblemente. Todos los males del mundo y del país, de la región y
la ciudad y del barrio eran sus propios males. La angustia se le reflejaba en
el ceño cuando se tocaban esos temas en la conversación nocturna sazonada con una bebida.
Esa perspectiva se refleja en el contenido de los primero
poemas, pero también en el rechazo a las mayúsculas, a la manera de dividir
palabras, en los poemas sin título. En la nota introductoria de su libro primer
libro No eran la epopeya de estos años
nuestros días (UNAM, Punto de Partida), Miguel Donoso Pareja afirma que
Gloria sale de lo personal y se sitúa en contexto. Su condición sexual, su
pareja y su familia, la ciudad, el maldito dinero (eso no lo dice él, lo digo
yo), con fraseo inquieto, nervioso. Por mi parte le pregunté a Gloria por qué rehuía
poner títulos a los poemas. La mayor parte están fechados: sep 78; oct 79; una
dedicatoria por aquí, otra por allá, pero casi no hay títulos. Ella se encogió
de hombros, sonrió como niño atrapado con la mano en el frasco de galletas y me
respondió: No son necesarios. Tardé
tiempo en comprender el sentido de la respuesta. No son necesarios. Creo que me
estaba diciendo que hay muchas cosas en la vida que salen sobrando, que esas
cosas más que dar, nos limitan; y ella eligió, desde temprano, deshacerse de lo
innecesario. Ni siquiera las considera: no son necesarias.
Incluso en la dedicatoria de su primer libro corta las
frases de manera arbitraria. Ella estaba, así lo percibí, colocando la primera
piedra de su edificio poético; con ella aclaraba que debía liberarse de todo lo
que no fuera estrictamente necesario: las mayúsculas, las comas, los puntos,
los cortes, los títulos. Gloria siempre ha rechazado los títulos, sin importar
si son universitarios, honoríficos, de nobleza o literarios.
¿Pesimista?
No hace mucho, durante una entrevista publicada en el
periódico La Jornada ,
César Güemes le comentó que en su poesía “hay
un muy perceptible tono de pesimismo”.
Ella respondió que sí, que antes, pero que ya no. Que el libro Aguamala es diferente, si no optimista,
sí de resistencia, pues ahora ya sabe para qué sirve la palabra, y es una
resistencia que no le impide disfrutar el lado amable de México. Por supuesto
que coincido con ella, pero además quisiera añadir algo: en Aguamala se desborda una vertiente que
se anunciaba desde los primero poemas, pero que quizá necesitaba tiempo para
ser decantada. Quienes tenemos la oportunidad de ser sus amigos conocemos su
fina ironía, su lado chacotero, la perspicacia con que valora a la gente, su
sentido del humor, que, por fortuna, no
es venial. Es intenso y suele ser negro. Y también suele ser poema.
¿Que hay pesimismo? Unas veces. Otras es coraje y
desesperación, lamento y dolor, angustia, encabronamiento. También hay ganas de
luchar y hay amor por la vida, por la hija, por la gente, por la esperanza. En
un poema dice:
Nosotros
padres melancólicos de ahora
que huyen de las multitudes ciegas en la calle
nosotros
pobres poetas de aquí
no entregaremos las armas
o bien en otro lado
ah poeta
castillo de salsipuedes
de vuelta la misma
-amar es combatir-
sucia historia
Si yo tuviera qué escoger, me quedaría con su sonrisa
irreverente, por ejemplo:
Y qué tal si les escribo
el poema del siglo
qué pensaría mi hija
mis amigos la vecina
mi propia madre
qué tal si les obsequio
la carga de mis culpas
qué tal eh?
Gloria asomó desde el principio un singular humor sedicioso,
que luego mostró su pasaporte en el libro Litoral
Sin Sobresaltos y que finalmente se desbordó en Aguamala.
Días más o menos, cuando publicó Aguamala, dijo públicamente
que ya no quería escribir. En privado, insistió. Yo no le creí. No porque sea
mentirosa, al contrario, es muy clara y honesta, sino porque, cuando alguien
tiene tanto talento y carga tanto qué decir, le resulta ineludible volver a la
pluma. Poco después me mandó el original de su primera novela Las mujeres zurdas bailan suelto, aún
inédita.
Otras cosas
Gloria es muchas cosas: una novela inédita, discos donde
cantan sus poemas, investigación regional, promoción cultural, animadora de
cuates en desgracia, pero es sobre todo la persona que jamás se traiciona. Es
la amiga indefectible. Es la voz mesurada que alivia las penas de los amigos.
Dice Carlos Fuentes que la “amistad es la
gran liga inicial entre el hogar y el mundo. El hogar, feliz o infeliz, es el
aula de nuestra sabiduría original pero la amistad es su prueba”[iii].
Ignoro si el hogar donde creció Gloria fue feliz o si sólo transitó por él, una
más entre un puñado de niños. Lo cierto es que lleva la amistad como un
compromiso irrenunciable.
Unos cientos de kilómetros separan nuestro afecto. Me
gustaría tenerla cerca y charlar más a menudo con ella. En una ocasión intenté
atraerla, tentarla, a Ciudad Victoria, con una oferta de trabajo. No aceptó. No
sé si porque no puede alejarse mucho del puerto o por esa natural indisposición
que tiene con la cosa pública. No obstante, colaboró con el Consejo Estatal
para la Cultura y las Artes (ahí habríamos trabajado juntos durante seis años
de haber aceptado) sin percibir salario.
Aprovecho para destacar algo más: Gloria tarda en publicar,
no porque no escriba --escribe mucho--, sino porque selecciona y poda y se
asegura de dar a la imprenta textos limpios, definitivos. Y otras veces, cuando
ha tenido la oportunidad de publicar, prefiere abstenerse, como en esos días en
que andábamos metidos en la aventura de la promoción cultural. Yo le sugería
que saliera a dar lecturas, que publicara; pero ella se negaba. Estoy seguro de
que era, un poco, porque no lo consideraba necesario; otro poco, por prudencia
(ustedes saben cómo se desatan las pasiones y las envidias). Cuánta diferencia
entre ella y algún otro escritor, cuyo nombre me reservo porque no vale la pena
mencionarlo, que apenas estuvo a cargo del área editorial del gobierno de
Tamaulipas, lo primero que hizo fue publicar sus propios libros.
Gloria se aleja de los reflectores literarios y desdeña los
cargos públicos. Sin embargo fue solidaria con un proyecto cultural. Quizá por
la amistad, quizá creyó que a pesar de estar trabajando en el gobierno éramos
decentes. Quizá por todo eso.
Gloria es la amiga esencial. Es también la amante del rock,
de los griegos (al menos de los clásicos), de Pound y Eliot. Sus poemas lanzan
menudos guiños de complicidad.
Gloria es resumen de una época. Como muy pocos, ha sido
capaz de expresar a toda una generación que miró al Che Guevara, a Cuba, como
ejemplos de libertad, una generación que llevó a cuestas las represiones del 68
y del 71, que fundó partidos de izquierda mientras buscaban la palabra justa
para hablar de amor, pero que también un día vieron a Fidel hacerse viejo y
decir barbaridades con alucinante lucidez y que vieron caer el Muro de Berlín,
y subir al poder a un anquilosado actor de cuarta en el imperio más grande de
la historia. Sí, Gloria expresa a una generación que se sintió perdida, down generation, diría ella, pero que
conserva una necesidad permanente de pelear por la justicia.
No se puede hablar de la poesía de Gloria tan sólo viendo
aquellas líneas donde el pesimismo truena. No, la poesía de Gloria tiene la
dimensión de ella misma y de una generación.
Decía Diderot que “El
escritor que sobrevive a su época, es el que sabe expresarla de manera más
adecuada y concreta, con el mayor relieve y talento”.
Parece que lo escribió para ella.
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