"Tras
los grandes acontecimientos liberatorios de 1989,
que crearon la posibilidad de
abatir muros y fronteras y
de construir una nueva unidad europea, se asiste a
la
construcción de nuevas fronteras y de nuevos muros
—étnicos, chovinistas,
particularistas".
Claudio
Magris, Utopía y desencanto.
Desde el
otro lado. Consideraciones fronterizas.
Cuando era niño se hablaba poco de política en casa, así que
ignoro cómo y cuándo me enteré de que existía un muro que dividía a Alemania. Si
intento recordar, me viene a la memoria la suscripción mensual de Selecciones del Reader Digest. Los relatos
que más me impresionaban hablaban de gente común que intentaba escapar del yugo opresor, familias que planeaban la
fuga, a veces con apoyo de ciudadanos de Berlín Occidental, que arriesgaban la
vida para cruzar en fatigadas y oscuras noches una línea imaginaria, pero con
muy reales minas explosivas y muros altos coronados con alambre de púas. Conozco
bien esas agresivas puntas, porque el colegio no tenía una barda de concreto,
ni malla ciclónica, pero sí una cerca de palos de mezquite que aferraban a tres
o cuatro alambres de púas; con el pie bajaba un cable mientras alzaba el siguiente
con las manos, se abría un rombo hueco para que alguien más escapara unos nerviosos
segundos del colegio y rescatara el pesado balón de futbol de la maraña de
cadillos que poblaba el baldío. En la secundaria me enteré de que existía una
milenaria muralla china, que inició un tal Ch'in Shih-huang para contener a sus enemigos. Gracias a Wikipedia me entero ahora de que mide 21,196
km. Es una antigua fortificación construida y reconstruida entre el siglo V a.
C. y el siglo XVI para proteger la frontera norte del Imperio chino durante las
sucesivas dinastías imperiales de los ataques de los nómadas de Mongolia y
Manchuria. Va de la frontera con Corea, hasta el desierto de Gobi. Se conserva
un 30% de la muralla. Mide de 6 a 7 metros de alto y de 4 a 5 metros de ancho. Ahora sirve para atraer turistas.
Ignominia
El Muro de Berlín, llamado también muro de la vergüenza,
permaneció en la frontera interalemana del 13 de agosto de 1961 al 9 de
noviembre de 1989. Altura: 3,6 m. Perímetro 155 km. Según el New York Times el
muro de Alemania del Este tuvo una efectividad del 95% entre 1961 y 1989. Formado
por vallas, muros, alambradas, campos minados, zanjas y otros obstáculos, lo
patrullaban cerca de 50.000 soldados de Alemania Oriental, con órdenes de
disparar a matar.
Hace catorce años, cuando Israel levantó su muro, argumentó
que era para separarse de Cisjordania y defenderse de los ataques procedentes
de los territorios palestinos. Las justificaciones van y vienen a lo largo de
la historia a favor de erigir muros, pero al final el argumento dominante es el
miedo.
La frontera de México con los Estados Unidos de América es
de 3,118 km. De ese tamaño sería el anunciado muro de Trump. Una investigación
que divulgó el New York Times desmenuza
un fenómeno reciente: luego del endurecimiento de las políticas migratorias en
Estados Unidos, los latinos que consiguieron cruzar temen ser atrapados si intentan
regresar a sus países de origen. Optaron, entonces, por quedarse a vivir. La
vigilancia excesiva estimuló el crecimiento de la población latina. ¿Lo sabrá Donald?
El nuevo muro de la ignominia, ¿irá por el centro del Río Bravo?
¿Del lado americano o del nuestro? ¿Exigirá que la mano de obra mexicana, la
que desprecia tanto, sea la que pegue los ladrillos? Donde hay tierra es más
simple, la línea imaginaria que separa a las dos naciones es susceptible de ser
perforada para la cimentación. En el mar hay fronteras marinas, mar territorial,
¿Qué tanto se internará en el mar?
El enemigo es el miedo
La idea de enemigo que tuvieron Ch’in Shih-huanh y Walter Ulbricht
es la misma idea que aprendemos todos de pequeños. Miedo a lo desconocido, al
desconocido. Nuestras casas tienen muros exteriores. En los últimos años los
muros de nuestras casas crecieron, son más altos y sólidos que aquellos que vi
de niño. Los coronamos con alambres de púas, otros los electrifican o los arman
con afiladas picos con forma de magueyes enanos. Las escuelas levantan muros. Los
edificios públicos y las carreteras se protegen con arcos que rastrean posibles
armas: son muros electrónicos. Los muros son la metáfora del miedo. Es el miedo
atávico que padecieron nuestros antepasados cuando buscaban dormir en cuevas y
encendían un muro de fuego que impediría el ataque del depredador. El miedo
habita en nuestra genética, es parte de nuestro instinto de supervivencia. El
miedo crece cuando la percepción de peligro crece.
El muro fronterizo es una metáfora del muro que cerca tu
terreno, tu casa, de los muros de tu hogar, de la recámara donde duermes, es la
fuente de seguridad cuando cierras los ojos y te abandonas al sueño. En el
sueño quedas inerme. Tienes miedo a sufrir un ataque durante el sueño. Es el
miedo a morir. Miedo al otro. Vivimos una era de miedo. La violencia origina muros.
Miedo, violencia y muros.
Racismo
Nos envían mexicanos violadores, dijo Trump para provocar
miedo y ansiedad en una amplia capa de población blanca, inculta y
ancestralmente racista. Repite la misma historia que otros como él han dicho de
los afroamericanos. Me recuerda Sequía en septiembre, el cuento de William
Faulkner: Un grupo de sureños en una barbería debate la supuesta acusación que
una mujer soltera y blanca realizó contra un hombre negro. Discuten si el negro
lo hizo o no. No hay pruebas, sólo la palabra de la mujer. Uno de los barberos
defiende al negro. Lo conoce, no cree que él haya sido. "¿No vas a dar por
buena la palabra de una mujer blanca antes que la de un negro?", le cuestiona
un joven blanco, corpulento. El defensor del acusado es acusado: “¡Asqueroso
enamorado de los negros!”. “Pensáis dejar que esos hijos de negra se salgan con
la suya como si tal cosa, y así hasta el día en que uno lo haga de verdad?” El
miedo insiste en que es mejor matar al enemigo antes de que a éste se le ocurra
matarte.
A lincharlo, pues
Hoy Trump acusa a los morenos del sur y, como los racistas
del cuento, no necesita pruebas. El miedo y el prejuicio se conjugan y hacen la
tarea.
David Duke, ex líder del Klu Klux Klan, anunció su
candidatura al senado y su apoyo al magnate. Trump tardó en rechazar el
ofrecimiento. Asumo que lo analizó largo y tendido con su comité. Pero la
tardanza en rechazarlo y las dudas que mostró al decir que ignoraba qué es el
ku klux klan, nos inducen a creer que consideró las ventajas y desventajas de aceptar
al Klan en su séquito. También nos hace creer que aceptó a Duke por debajo de la
mesa, pues coinciden en aspectos ideológicos. El Klan es enemigo de los negros,
los judíos, los homosexuales y los inmigrantes. Aspira a la supremacía blanca.
Trump conmueve y aglutina a través del miedo. Para solucionar
el miedo, promete restituir la grandeza de la nación (blanca). Y para
conseguirlo quiere humillar al enemigo, es decir, nosotros, los mexicanos. Los
mexicanos les enviamos lo peor de nosotros para destruir a tan magnífica
nación, dice una y otra vez. Somos la odiada presencia del enemigo, que suponían
al otro lado del río, y que ahora se lo topan en el café, le sirve la sopa en
el restaurante, conduce su taxi, limpia los anaqueles de la tienda de autoservicio,
friega los pisos de su mansión, duerme en el cuarto de servicio. Una presencia
execrable, animosa, radioactiva. Le urge poner un muro. Que ya no entren. Sacar
a los que están adentro, hay que desparasitarse: muros y expulsiones.
Empate
Decían que iban Hillary y Trump parejos. Ya no, cada hora se derrumba más el
indefendible y abominable sujeto que es Donald Trump. Aunque, quien crea que la
señora Hillary es un angelito que descendió de los cielos para conducir con
amor al país más poderoso del mundo, ignora que ser Secretario de Estado es ser
el representante del imperio y sus guerras constantes. No obstante, nuestro problema inmediato es el rico heredero,
pues ya casi nos declaró la guerra:
México no querrá jugar a la guerra con Estados Unidos, en caso de no pagar el
muro, dijo. (Newsweek en español. 6
sept. 2016). Cuando dejó el poder George Bush jr. Creí que difícilmente
habría otro peor.
Me equivoqué.
Quién es
"Sin una
experiencia común, por descontado, ninguna palabra puede significar algo. Si me
dicen: «¿A qué huele la bergamota?», yo respondo: «Tiene un olor parecido a la
verbena», y siempre y cuando el otro conozca el olor de la verbena, acertará
más o menos a comprenderme”. (George Orwell. Ensayos). Donald no
conoce la empatía, sus gestos, sus mentiras, su mirada acusadora y el desprecio
son ejemplo de bulling, lo cual quedó en claro cuando salió a luz la manera en
que trataba a Alicia Machado: Miss Piggy,
Miss Hauskeeping, gorda, fea.
Trump es como esos niños que crecen con la certeza de que
son únicos, que el mundo debe rendirse a sus pies. Son abusivos e intolerantes,
unos malcriados, diría mi abuela. Trump es el niño grandote y peleonero, el
prototipo del acosador que golpea y aterroriza física y emocionalmente al
compañero más pequeño y luego observa con orgullo como sus padres justifican la
agresión y dejan impunes sus acciones. Es experto en el acoso. Sus gestos, sus discursos, hasta el extraño copete de falsos
tonos dorados y el estafador color naranja de su piel lo exhiben como el verraco
que maleducaron sus padres.
El discurso
Agitamos la caja de sus pronunciamientos en un cernidor y
aparecen muchos componentes malignos que la historia humana esclareció hace
tiempo: xenofobia, misoginia, nacionalismo, racismo, despotismo, aislamiento geográfico
y proteccionismo económico. Con su discurso, su actitud, las amenazas a la prensa, se autodescribe: es fascista. Usa el discurso que distingue a la peor ultraderecha para
conservar el statu quo, donde el
blanco, de origen europeo, posee el poder. Del leviatán civilizado, volveremos
al leviatán burdo, que arregla sus disputas a bastonazos. Su discurso tiene
vertientes oscuras, ambivalentes, contradictorias.
El mal
Comprendemos el mal porque lo explica la ciencia, lo exponen
y analizan los ensayistas, lo muestra la narrativa y nos conmueve mediante poemas. Pero cada
vez que reaparece es irreconocible, se disfraza con insólitas caretas, las de
la confusión y la hipocresía. Un nacionalismo enfermo renace en Estados Unidos con Donald. Mario
Vargas Llosa dice que "toda nación
es una mentira a la que el tiempo y la historia han ido —como a los viejos
mitos y a las leyendas clásicas— fraguando una apariencia de verdad".
La nación es un gran mito. Existe como ideología para preservar los intereses
de la clase dominante. Los países van y vienen durante miles de años, las
ambiciones de algunos conquistadores los reúnen durante un tiempo y luego
enfrentan a otros más poderosos y las fronteras se desbaratan como el barquito
de papel en el arroyo. Una dilución inevitable.
¿Hacer grande América de nuevo?
El nacionalismo es una ideología útil para convencer a una
multitud de que actúe contra alguien, contra algo, o para defender lo que
parece un factor común. Que hay puntos en común entre nosotros, eso que llamamos nación, es
verdad, pero también los hay enfrentados. Las culturas son colectivas, pero
también personales, de grupo, y a veces tienes más en común con alguien de otro
país que con tu vecino.
Es una aberración, una ideología creada para manipular a los
pueblos y para enfrentar supuestos enemigos comunes, que sí, a veces existen,
pero cuya existencia suele obedecer al nacionalismo del vecino. El nacionalismo
es una forma de fanatismo, tiene su máxima expresión en la violencia, es un
arma de guerra. Hacia ella camina el empresario candidato, el exitoso actor de reality show, el transa habitual, el
racista, el peligroso sujeto que se presenta con un popular nombre de
caricatura: Donald.
Su racismo se expresa cada vez que habla de los latinos, pues
para él todos los latinos son mexicanos, son el sur, una zona neblinosa, el
enemigo que conspiró con Bill Clinton para firmar un tratado que a Estados
Unidos le cuesta cada año una fortuna. Por eso quiere un nuevo tratado que sólo
beneficie a su país. Lo dijo y lo sostiene en cada mitin, quiere renegociar con
México desde una posición de fuerza. El
proteccionismo económico se soporta en el racismo. Los mexicanos son
inferiores, podemos vencerlos en una guerra, por tanto deben firmar un tratado
que nos beneficie, dice.
Se encierran o nos encerramos
Quizá el muro no sea tan mala idea, si sirve para que los
gringos dejen de vender armas al crimen organizado y, estos, de exportar drogas.
Saldríamos ganando. Pero es un sueño, Donald Trump no es tan imbécil como para
aniquilar el inmenso negocio que significan ambas cosas.
Me pongo a imaginar que de veras Trump asume el poder, que deporta a
millones de latinos e impone impuestos a nuestras exportaciones y levanta el
muro con el dinero que los migrantes envían a sus familias en México. Da miedo
pensar las consecuencias, pero el verdadero miedo que siento procede de nuestra incapacidad de respuesta.
Esa prospectiva debería ser sopesada ya por quienes están a cargo.
Los gobernantes mexicanos se dedicaron a entrampar nuestra economía mediante la
depredación (una infame, monstruosa y cínica corrupción), asumiendo que bastaría ser el cabuz
trastabillante del poderoso tren americano para salir adelante, cuando cualquiera sabe
que es fatal colocar los cimientos de tu edificio en el terreno del vecino.
¿No será ahora el momento de dar un
giro a la economía e impulsar el mercado interno? ¿No es el momento para buscar
la diversificación de mercados y estimular la producción? Europa, Asia,
Centroamérica son mercados atractivos. ¡Cuántas naciones quisieran tener
nuestros mares! En caso de una guerra económica (o bélica), ya veo a los
políticos llamando a la unidad nacional y desgarrando sus vestiduras. ¿Les creeremos?
Dicen que existen dos tipos de causas de los hechos históricos: contingentes y
necesarias. Contingente es Trump, que encabezaría la guerra y que desde ya
la anuncia. Necesarias son las condiciones internas, las que hemos creado
durante doscientos años de una enclenque independencia.
La amenaza es real. Trump quiere que los americanos teman al
migrante y quiere que México le tema a USA. Ya consiguió ambas cosas.
El miedo
Dice Elías Canetti que "Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Desea saber
quién es el que le agarra; le quiere reconocer o, al menos, poder clasificar".
¿En qué momento los mexicanos sustituimos al Estado Islámico
en el panteón de enemigos de Norteamérica? ¿Somos los nuevos talibán? El
discurso de Trump se articula con miedo, miedo al terrorismo, miedo a los
extranjeros que son sinónimo de terroristas, miedo a los extranjeros que cruzan
la frontera: miedo a los mexicanos que quieren destruir el modo de vida
occidental.
El derrumbe de las Torres Gemelas en septiembre del año 2001
arrastró consigo el concepto de seguridad que deambulaba amablemente en Malls y
museos, escuelas y parques de nuestros vecinos. No fueron los únicos en sentir
pánico, en Europa avanzó la sensación de que alguien tenebroso acecha por la
espalda.
Zarkozy, nos cuenta Zygmunt Bauman (Esto no es un Diario),
comprendió el temor que permeaba a la sociedad francesa tradicionalista y lo
usó para su beneficio político. Su discurso habló de barrios peligrosos,
comportamientos extraños (diferentes a los comportamientos de los franceses),
apuntó con el dedo a los gitanos, lanzó a las calles a los policías para
arrestar criminales y prometió “dar
muerte a la inseguridad”. Y por supuesto que no lo consiguió, como ahora
sabemos, pero ganó la elección. Él y Donald echan pólvora a la hoguera del miedo. Bien dice Amos Oz:
es “la típica reivindicación fanática: si
pienso que algo es malo, lo aniquilo junto a todo lo que lo rodea”.
El otro muro
Mientras tanto, en México padecemos de analfabetismo político,
nuestra memoria histórica es olvidadiza, nos aprisiona la flojera civil, el
valemadrismo ciudadano. No comprendemos que el muro ya existe. Se construyó a
lo largo y ancho del país durante décadas. Es el infranqueable muro de la ignorancia
y la corrupción. Somos tan desidiosos. La improvisación y las ocurrencias
permean la vida pública. Habrá que inventar un concepto que ilustre de un golpe
la extraña costumbre de los políticos mexicanos de resolver problemas al vapor.
¿Foxcurrencias?
Jorge Luis Borges publicó en 1934 un libro donde narra las
historias de un grupo de hombres y mujeres que destacaron por su vida
oprobiosa. Ignoro cómo terminará la de Donald Trump, pero ya merece
incorporarse a ese libro (que nunca terminará de escribirse, pues hombres como
éste aparecen aquí y allá, son la yerba venenosa del jardín de la historia), se
trata de la Historia Universal de la Infamia.