Somos los asimilados
Hasta hace poco me horrorizaba enterarme de la existencia de
algún siniestro pederasta suelto en las calles, de un muchacho delirante que
entraba a una escuela a disparar a niños inocentes (decíamos entonces que eso
sólo ocurría en USA, debido al excesivo consumo de drogas y a la desatención de
los padres a los hijos, pero jamás en México, cómo, si acá las madres de
familia siempre estaban con sus hijos y el consumo de drogas era insignificante),
del ocasional asalto bancario, del borracho que golpeaba a la esposa frente a
los hijos y del aterrador mochaorejas.
Me siento extraño. Ya no me sorprenden ni me estremecen las
noticias. Empiezo a tener la tener la piel callosa, insensible. Temo perder la
capacidad de asombro ante las cosas que vemos y escuchamos cada día, cada hora.
Nos enteramos de negocios que pagan impuestos a los criminales, de docenas de
ejecuciones cada semana, de cuerpos colgando en puentes, de torsos y cabezas
separadas, de torvos sujetos que cocinan en ácido a sus enemigos, de secuestros
donde la familia paga al secuestrador y aun así asesinan al secuestrado.
La inseguridad está en cada calle, en vecinos de apariencia
fiable, en los empresarios que lavan dinero y los políticos sobornables, en las
calles vacías, en las noches, en las balaceras nocturnas, en las granadas que
lanzan adentro de los bancos donde el empleado va a cobrar su quincena, en la
mirada lasciva de tres o cuatro sujetos que transitan abordo de una camioneta
de doble cabina, en los asaltos en las carreteras, en la colonia descoyuntada y
mal pavimentada, en el fraccionamiento de ricos donde estallan coches bomba, en
el joven ambicioso que desea riqueza pronta y exenta de castigo, en la guapa
muchacha que quiere una vida intensa, aunque resulte breve: son tantos los que
se alinearon con la maldad, que parecemos una sociedad tullida.
¿Realidad alternativa?
Esta realidad, que parece alterna, producto de una
imaginación enferma, no la veo en los periódicos ni en los noticieros de radio
y televisión. Todos los días comparo lo que nos dicen los medios de
comunicación con lo que cuentan en la oscuridad del comprensible anonimato los twitteros
y los blogueros. Leo en los periódico y veo en la TV la importancia que le dan
y el revuelo que se arma porque un comentarista declaró ante las cámaras que es
adicto a las drogas y homosexual, como si nos importaran un centavo sus asuntos
personales (antes, lo personal era íntimo; ahora, un espectáculo comerciable),
que una tal Kardashian parió o que un empleado sexagenario chocó su auto en una
esquina del centro de Ankara. El silencio oficial, la minimización, el juego con las cifras y el
ocultamiento no es más que una articulada forma de engaño. Una forma peligrosa
para los de a pie. Cada día pierdo un gramo más de confianza en los medios de
información, aunque debo aclarar que muy poca les he dado desde que comprendí
que sólo reflejan intereses políticos y económicos, y eso fue cuando estudiaba
la preparatoria.
El cinismo de los políticos, la inconsciencia y corrupción
de los medios de información, los patanes e irrespetuosos que deambulan en las
calles me vuelve el mejor de los escépticos. Me asusta, no sólo la incapacidad
de los gobernantes para garantizar mínimos de seguridad, que ya es lugar común,
sino la incapacidad, la dejadez, el desinterés del ciudadano común que más que
conformista parece un asimilado a la
nueva realidad, un ente que dejó de pensar, como se deja en el cesto de
basura una camiseta inservible.
Más cruel que la ficción
Me sobresalta la impresión de que nací en lugar equivocado o
de que durante la noche la realidad se confundió con las peores pesadillas.
Hace años que los escritores de ciencia ficción escriben sobre universos
paralelos o alternativos. ¿Se habrán cruzado en nuestro tiempo otro espacio y
otra realidad? Me pregunto si escribir sobre esta barbarie será escribir novela
histórica o crónica, porque ficción no es, no puede ser un cuento tanta
crueldad. ¿Quién puede idear un personaje que trocea a sus enemigos para
meterlos en tambos con ácido, pero antes les extrae los dientes para guardarlos
en una lata, como si fuera una inocente colección de estampillas de correo,
monedas extranjeras o luchadores rígidos de plástico?
El miedo a salir a la calle –aunque los hogares tampoco son
seguros–, a viajar, a crear un negocio, a aceptar un trabajo que nos obligue a
tener contactos extraños –como los médicos que atienden heridos en los
hospitales–, nos van a llevar a una encrucijada: huir o acostumbrarnos. La
tercera vía sería participar en el mundo de la política para arrebatarles el
poder y usarlo para el bien común. Por desgracia, los espacios de participación
política están copados, en su mayor parte, por gente corrupta, cuyo interés
personal nada tiene que ver con el interés colectivo. Pareciera que la
inseguridad será una constante en nuestra vida, una práctica que nos obligue al
aislamiento. Por lo pronto ya nos arrebataron las noches: ni pensar en salir a
la calle o a la carretera después de que el sol se oculta tras la sierra.
Quizá la virtualidad nos salve
Dice Zygmunt Bauman
que el juego de video Love Plus de
Nintendo (consiste en un juego de citas que se lanzó en 2009 sólo para Japón)
suministra relaciones humanas y hasta un futuro de aislamiento real, en
detrimento de las relaciones reales. Es un juego que da certezas, esas mismas
que la realidad real no ofrece. ¿Se
acerca el día en que trabajaremos en la casa y veremos a nuestros amigos y
familiares sólo en la pc? ¿Tendremos novia o esposa virtual diseñada a la medida?
La computadora escribirá el libro que leeremos, conforme a nuestros gustos,
recopilados a partir de nuestros hábitos registrados en Google, y al humor que
carguemos, pues será capaz de leer nuestra mirada y gestos, y catalogar nuestro olor, para
observar y aprovechar el funcionamiento de las hormonas.
Lo bueno de esto es así ya no tendremos que salir a la
calle.