Sabato: El libro que esperamos
Hubo un tiempo en el que sólo leía a Julio Cortázar[i], Jorge
Luis Borges[ii], Adolfo
Bioy Casares[iii] y Ernesto Sabato[iv].
Quizá exagero, pude haber leído también a otros, pues en esos días Faulkner me guiñaba
el ojo, pero leer a esos cuatro eran una fascinación constante, un
descubrimiento maravilloso. También se colaba Mario Benedetti, el uruguayo de
versos inusitadamente cotidianos que, aunque pasen los años, persisten frescos,
sencillos y profundos: lo descubrí en los años setenta y lo redescubro con cada
nueva lectura. Pero él es otra historia, para otro día.
De aquellos cuatro escritores, en abril de 2011 sólo quedaba
uno vivo, pero era como tener un pilar sólido sosteniendo el edificio de la
creación de américa latina. A pesar de su edad (faltaron unos días para
completar los cien años de vida), sospechaba que en algún momento Sabato nos sorprendería con el tomo cuarto de su larga novela,
publicada en tres momentos: El túnel
(1948), Sobre héroes y tumbas (1961)
y Abbadón, el exterminador (1974). Tres
libros en apariencia separados, pero intrínsecamente ligados. Y, en esa espera,
Ernesto Sábato murió. No habrá una cuarta novela.
Murió una parte, con esos cuatro autores, de la época más
grande de la narrativa universal: fantasía descarada y realismo insolente,
innovación e ingenio, sorpresa y ajuste de cuentas con la humanidad, melancolía
y agudeza, una cultura inmensa en los tiempos previos a Google y a Wikipedia,
suma de características de estos geniales escritores a quienes unían la
nacionalidad y la época y, a veces, la amistad.
Bioy Casares y Jorge Luis Borges, amigos entrañables,
jugaron a escribir al alimón y a conjuntar antologías, conversaron en tardes
sin fin, mientras quizá no tan secretamente Bioy admiraba al ciego que veía la
realidad como nadie y se burlaba con indudable ingenio de la estulticia que nos
rodea, de las mentes cerradas y obtusas de esos que suelen leer libros y
escuchar opiniones amparados en ideologías encallecidas y absolutistas. También
escribía un diario donde registraba sus “brevedades”: reflexiones, opiniones,
comentarios, quizá sueños y algunos diálogos casuales, por decir poco. Ignoro
si Borges lo sabía, lo intuía o si era cómplice, pero no importa pues igual se
habría reído, con la barbilla cerca del bastón donde solía reposar sus manos,
de saberse mencionado al menos cien veces en el libro de su amigo entrañable. El libro se llama Descanso de caminantes. Apenas 512 páginas publicadas de las más de
20,000 que tiene su diario personal.
Yo tendría unos veintisiete años de edad, cuando leí las
tres novelas de Sabato, una tras otra, en los años ochenta. Fueron una novedad sólo para mí, pues ya eran
libros famosos y reconocido el autor. Es curioso, el Nobel José Saramago
confiesa haber descubierto tarde a Sabato, cuenta que tendría entonces unos
veintiséis años cuando un amigo le acercó El Túnel. Algo parecido me ocurrió.
Asistía a dos talleres literarios: uno, de cuento, coordinado por Guillermo
Samperio; otro, de poesía, por Héctor Carreto. Héctor me consiguió en el DF –en
aquellos días era milagroso conseguir buenos libros en Ciudad Victoria– Historias fantásticas, de Bioy Casares, editado
por Emecé, una colección de catorce cuentos que me abrió los ojos a otra manera
de escribir fantasía, no se trataba de los cuentos de Ciencia Ficción
anglosajona a que estaba acostumbrado, ni a la fantasía de espadas y dragones
que luego se puso de moda. Emparentaba, quizá, con aquella serie de TV que
había visto de niño durante mis vacaciones de verano en el DF: La dimensión desconocida, que por cierto
recuperé la Navidad pasada, gracias a mi hijo Guillermo, que buscó la serie y
me la obsequió, pues recordaba en su niñez que yo la mencionaba como un hito de
la imaginación. De Borges a Bioy, luego a Cortázar y finalmente a Sabato, gracias a Samperio y a Carreto.
Antes de los libros de Bioy había conseguido la Prosa Completa, de Borges, en dos rústicos
tomos; con el mismo entusiasmo de un niño suelto en una juguetería días antes
de Navidad, me sumergí en las librerías Gandhi, El Sótano y El Parnaso (aquella librería con acento parisino, donde
buscabas el libro y lo leías en la cafetería, bebiendo un Capuchino, sentado a
la mesa metálica en la plaza de Coyoacán, que fue burdamente presionada a
cerrar por las autoridades de la delegación, para ser sustituida por una
marisquería), hasta comprar todo lo que ofertaran de esos cuatro autores.
Por cierto, intenté ahora leer de nuevo las Obras de Borges, pero me dio miedo
que se desencuadernaran. Espero que pronto salgan a la venta en formato
digital.
Borges y Bioy fueron grandes amigos; Borges y Sabato
vivieron dos décadas de enemistad, producto de diferencias políticas: Borges,
el aristócrata; Sabato, el izquierdista. En el verano del 75 la revista argentina
Gente los reunió. Los diálogos
resultantes se publicaron, las asperezas se lijaron, y si bien la amistad
original no se recuperó a plenitud, al menos pudieron reconsiderar sus
diferencias personales y darse un abrazo. Sobre
héroes y Tumbas[v] (1961)
contiene un capítulo, Informe sobre
ciegos, que habla de una conspiración diabólica, milenaria, a cargo de la Secta Sagrada de los Ciegos, la cual manipula
los hilos que gobiernan al mundo y a los hombres. Sabiendo que entre ambos
había existido aquel pleito, imaginé que ese capítulo fue escrito por Ernesto
para burlarse literariamente del ciego fenomenal, a quien la genética le jugó muy
duro con una paradoja espantosa: en 1955, cuando apenas lo habían nombrado
Director de la Biblioteca Nacional, la oftalmología le diagnosticó una fatal y casi
absoluta ceguera. Decía Borges que imaginaba al paraíso como un sitio donde uno
está rodeado de libros. Ese paraíso fue suyo en vida, pero ya no podía leer.
El treinta de abril se cumplen dos años de la muerte de
Ernesto Sabato. Dejó un hueco inmenso en Argentina, pero también en los hombres
que aman la paz y la justicia, pues no sólo nos heredó su obra literaria, también
nos legó su visión, profundamente inquisitiva y humana. Sabato es grande,
inmensamente más grande que la masa corporal que lo contenía. Con Sabato se
murió una forma de pensar y de ser: fue un hombre que dejó en suspenso la
creación literaria, para dedicarse a las letras de la dignidad, no sólo porque reflexionó
en muchos ensayos sobre el destino del hombre y de la ciencia, sino porque en la
reconstrucción de su país, maltratado por la represión militarista, tuvo un
papel fundamental: “presidió la Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas, CONADEP, una comisión encargada de
investigar las violaciones a los derechos humanos ocurridos en la Argentina
entre 1976 y 1983 a manos del Proceso de Reorganización Nacional. Esa
investigación y posterior informe fueron plasmados en el sobrecogedor libro Nunca Más, en el que se recogen los
testimonios de las desapariciones, torturas y muertes de personas durante la
dictadura militar”[vi].
Cuando falleció escribí unas líneas a mano y de prisa en mi
libreta, me pregunté en ellas si habrá en el futuro de México alguien que
investigue y saque a la luz tanta infamia y crueldad que vivimos en estos años,
si tendremos una comisión similar a la que presidió el escritor argentino, que
ponga en el merecidísimo Primer Lugar de la Ignominia a los
políticos, empresarios y demás empoderados que, por acción u omisión,
provocaron, auspiciaron y encubrieron tanto sufrimiento, tanta muerte, tanta
miseria humana. Alguien que narre para la Historia el dolor de las madres,
esposas e hijos que perdieron a su gente –y siguen perdiéndola–, como los emigrantes que son bajados de los autobuses y desaparecen sin
dejar rastro, tanto inocente secuestrado, asesinado, asaltado, despojado de su
dignidad y su vida, tanta maldita impunidad. La historia debe ponerlos en
evidencia. Quizá sus descendientes sean humildes ante la arrogancia y avaricia
de sus antepasados.
Los años pasan y la violencia contra los inocentes continúa,
el terror es un polvo que cubre cada día nuestras vidas, que penetra en las
casas por debajo de la puerta, que nos impide respirar. Sé, porque la historia
enseña que nada es eterno, que un día llegará en que podamos volver a salir a la
calle sin miedo a que nos secuestren, nos maten, nos violen. Ese día habrá que
buscar la manera de que nuestros hijos y nietos sepan lo que ocurrió y hagan lo
imposible para que no se repita. Esa es la historia mexicana que necesitará su propio
Ernesto Sabato.
[iii] Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, Argentina;
15 de septiembre de 1914 – ibídem, 8 de marzo de 1999)
[iv] Ernesto Sabato (Sábato)2 (Rojas, 24 de junio de
1911 - Santos Lugares, 30 de abril de 2011)
[v] El periódico
español El Mundo enlistó las cien mejores novelas publicadas en español durante
el siglo XX, en el proyecto editorial Millenium. Elaboraron la lista con base
en opiniones de críticos y de 20,000 lectores de dicho periódico. http://es.wikipedia.org/wiki/Sobre_h%C3%A9roes_y_tumbas
[vi]
http://es.wikipedia.org/wiki/Ernesto_Sabato#cite_note-Cervantes-26