jueves, 26 de septiembre de 2013

Papel versus binario

El martes pasado me molestó un dolor de cabeza constante y sordo, paliado un poco por las aspirinas. Dejé de escribir y de leer, lo cual ya era una tortura, y salí rumbo a la Librería El Sótano para intentar distraerme. Gracias a mi tarjeta de cliente frecuente tenía unos quinientos pesos disponibles para comprar libros. Apenas entré al área de literatura me abordó un empleado, me preguntó si aceptaba contestar a una encuesta respecto a la calidad de la librería, y como creo que es útil para mejorar el servicio, es decir, me sirve, acepté. 

Las preguntas eran obvias: el servicio, la iluminación, los espacios, la oferta de libros, la utilidad de la página web, la forma de pago, qué servicios me gustaría que añadieran. Todo bien, le dije, pero la página web es inútil si no ofrecen libros digitales de calidad: la librería es excelente, pero su oferta digital es lamentable. El encuestador de El Sótano comentó que ya venden el e Reader Papyre, pero aceptó que su oferta de ebooks no es competitiva. Sugerí abrir una cafetería, hacer eventos, abrir talleres de lectura y escritura, ir a las escuelas a promover el libro infantil, aunque claro, desconozco el mercado y quizá sólo opino tonterías. No supo decirme si tienen estudios al respecto.

Libreros tradicionales

Me parece que los libreros mexicanos no comprenden que dentro de pocos años serán desplazados por el libro digital. Sí, ya sé que el libro físico seguirá vivo mucho tiempo, pero las tendencias, sobre todo con libros de literatura y ensayo, muestran un alza enorme de ventas digitales. 

La tendencia en Estados Unidos crece muy rápido, compran cada día más libros en la web. Acaban de llegar a México, casi al mismo tiempo, Amazon y Google Play Books. Barnes y Noble, por cierto, sigue encerrada en USA y Canadá: otro que se equivoca. Y lo lamento, pues no sólo tienen buena oferta de libros, sino que su último dispositivo, Nook HD+, me parece mejor que el Kindle de Amazon, y con mejor precio, pero está fracasando por la poca inteligencia comercial de la librería. Compré el Nook en diciembre del 2012, me lo robaron en último día de enero del 2013 durante un asalto, y lo volví a comprar en febrero. En abril o mayo, no recuerdo, B&N actualizó el aparato, que ahora es un Android. Es increíble. Compro libros en B&N –cuando voy a USA, pues siguen sin vender a México–, en Amazon, Google y en una librería que descubrí en línea, buena, excepto por su aplicación que es muy limitada: bajalibros. Librería Gandhi y el Fondo de Cultura Económica ya participan del mundo digital con acierto, aunque limitadamente.

Es tan importante la entrada de las librerías en línea a México, que basta con recordar que hace tres años Amazon ya vendía 180 libros digitales por cada 100 en papel; hoy, en USA, 30 de cada cien libros vendidos son digitales; en Reino Unido el 15%; en España el 5%. Otro dato: Según la consultora Future Source, en 2010 el mercado de los ebooks creció un 200%.

Papel versus binario

Mis amigos, la mayoría, dicen detestar la lectura electrónica. Prefieren el olor del papel y la tinta, la consistencia del objeto, la textura de la impresión, subrayar con marcadores, escribir en los márgenes. Estoy de acuerdo en principio, pero luego pongo los argumentos en la balanza y me vuelvo a inclinar por el libro electrónico. Mis razones son sencillas: No compro muchos libros que me interesan porque están impresos con tipos de diez puntos. Eso cansa la vista. Otros tienen cientos de páginas y el libro pesa horrores. Tengo libros que compré en los años setenta y se están desmoronando, por el pésimo papel y los químicos que usaron en su elaboración. El precio del libro digital suele ser un cincuenta por ciento más barato. El cúmulo que conforma mi biblioteca me exige un espacio grande, caro y difícil de mantener en orden y limpio. Y no contaré ahora la guerra que sostengo con las termitas desde hace unos años. Viajo mucho, últimamente, y sufro por no tener a la mano algún libro que deseo consultar.

Miles de libros en medio kilo

En un dispositivo de menos de medio kilo puedo tener todos los libros que quiera, mediante el uso de minúsculas tarjetas MicroSd.  Enciendo el aparato y accedo al libro que deseo. Señalo la palabra que desconozco y el diccionario la esclarece de inmediato. Con un dedo subrayo el texto y escribo notas. Si un texto me provoca una idea, con el mismo dedo –uso el índice–, abro un procesador de textos, escribo lo que quiero y, como estoy conectado a Internet, lo envío a mi email para usarlo más tarde. Estoy conectado a DropBox, de modo que mi lectura se respalda automáticamente en la nube; los libros que compro en librerías electrónicas generan su propio respaldo. Si voy a leer y mi esposa duerme activo la función para leer de noche y se invierten los colores: fondo negro, texto blanco. Se lee perfectamente en la oscuridad y no molesto a la vecina. Si a media noche requiero un libro, entro en las librerías en línea, bajo un fragmento gratuito para verificar que sea lo que necesito y, si es lo que deseo, lo adquiero con la tarjeta de crédito y lo descargo en segundos. Algunas librerías en línea permiten prestar los libros comprados durante un lapso.

Mi e Reader trae un teclado en inglés. Es una monserga. Pero compré –creo que costó unos treinta pesos– un teclado android en todos los idiomas imaginables que, además de sencilla de usar y versátil, parece leer el pensamiento: apenas inicio la escritura de una palabra y ya me ofrece tres opciones, acertando por lo general con alguna. Además el aparato es una Tablet, de modo que navego en internet, veo películas, escucho música, entro al Facebook, al Twitter, envío correos. 

Por supuesto que no todo es belleza. A veces se cae el sistema y se reinicia. Y hay que recargar la pila, cosa que hago cada noche. Si no tienes la precaución de respaldar los libros puedes perder los datos. Me ocurrió cuando me robaron el aparato. Eso sí, debo ser honesto: no se llevaron ningún libro de papel. 

El libro no es el papel

Ir a las librerías, disfrutar de los anaqueles, sacar libros y abrirlos, comprar algunos y sentarse en la cafetería a revisar la edición, a leer el índice y la primera página, es un placer que detestaría abandonar. Amo los libros en papel, pero creo que el libro digital arrasará poco a poco con las librerías como las conocemos, tal y como ha venido ocurriendo con la música. Si bien no desaparecerán del todo –es un deseo–, su destino está marcado. El papel derrotó al pergamino, éste al papiro, la escritura en los muros y la piedra quedaron como anécdotas. El libro no es el papel en que está impreso, sino las ideas expresadas, las novelas, los cuentos y poemas. Esa forma de libro se está muriendo y habrá que dejarlo ir.

Los e Reader serán cada vez mejores, con mejores prestaciones. El software de lectura, en unos dos o tres años, será más eficiente y resolverá mejor nuestras necesidades. En las escuelas los niños no necesitarán las enormes mochilas de hoy, pues en el dispositivo cargarán sus libros y cuadernos, y la conectividad transformará la enseñanza y el aprendizaje. Esos niños son homo sapiens digital, a diferencia de nosotros, los viejos analógicos, que nos resistimos al cambio. El libro digital es el futuro. Para algunos, quiero estar entre ellos, ya es el presente.