viernes, 13 de marzo de 2015

Aprovecho un momento libre y dejo una nota


Releo los Diarios, de John Cheever. 

Minutos después abro un libro de Rodrigo Fresán, autor que quiero conocer: La parte inventada. Arranca con un epígrafe de Cheever: "La literatura no es autobiografía en código, y no es acontecimientos reales. No estoy escribiendo mi autobiografía y no escribo cosas según me sucedieron, excepción hecha del uso de ciertos detalles: tormentas y ese tipo de cuestiones. No, no es nada que me haya sucedido. Es tan sólo una posibilidad. Es una idea". ¿Se curaba en salud? Su bisexualidad se refleja en varios de libros, Falconer, por ejemplo, y en los Diarios se despliega, poco a poco, de la auto represión hasta volverse franca. 

Por otro lado, la vida está hecha de coincidencias, como la de Cheever y Fresán, y de voluntades. La voluntad de cada quien: se propone abrir una confitería, estudiar derecho, comprar una escalera y pintar el muro de la casa. O bien coinciden dos personas del mismo pueblo, que no se ven desde hace cuarenta años, en Brujas, comprando chocolates rellenos de cereza. Se detestan mutuamente o se conocen poco, o fueron grandes amigos en la adolescencia. Ahora se sorprenden de encontrarse ahí y se abrazan, comentan la tremenda casualidad, dicen que sería bueno ir a comer juntos, a cenar, pero no lo hacen, están nerviosos, como si los hubieran atrapado cometiendo un ilícito. Se despiden luego de pagar sus cuentas respectivas y salen a la calle con su bolsa de chocolates en la mano. Sonríen.

¿Qué pasa cuando se reúnen voluntades y coincidencias? Ricardo Piglia cuenta cómo en dos épocas encontró cartas interconectadas, de dos emisarios desconocidos para él, en recovecos de dos hoteles diferentes.  Quiero creer que intentó un cuento, sintió que no era creíble y lo sacó a la luz como si fuera un hecho verdadero. Y de tan increíble se vuelve real. Paul Auster es la suma de coincidencias. ¿Por eso me gusta tanto su trabajo?


El juego de fingir coincidencias, diría Borges.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Una decisión, una mancha que permanece

"Hacer el bien a los demás, empujar la rueda del progreso, y no pasar como una sombra vana que no deja huella alguna a su paso", escribió André Gide en su Diario, el 15 de mayo de 1888. Apenas lo había iniciado el 18 de febrero. Como fundador de Gallimard rechazó un manuscrito: En Busca del Tiempo Perdido, de Proust. Luego se lamentó, se disculpó, le envió cartas exhibiendo su vergüenza. Amistaron, pero Marcel nunca lo perdonó del todo. 

El mundo de la literatura lo recuerda como un error, una mancha en el expediente del escritor y editor que no supo reconocer uno de los más grandes talentos de la literatura mundial. Cómo pesa en la biografía de Gide un asunto, una decisión circunstancial, un instante.